Opinión

El cuaderno de Chapu Apaolaza: El mena ‘ens roba’

Un tipo en campaña haciendo números es más peligroso que un mono con una metralleta porque siempre en algún momento cede a la tentación de plantear a su votante que alguien le roba.

A estas alturas de la vida ya sabemos que nos han robado la primavera y que Vox ha sacado un cartel en el que compara el dinero que nos cuesta un Mena -4.700 euros al mes, dicen- con la pensión de tu madre: 426. Como si los 4.700 euros en concepto de mantenimiento de centros, de equipos, de asistencia, no: los 4.700 se los metieran al mena en el bolsillo. “Para hachís”. “Tu madre” es una señora de pelo blanco y el mena, un tipo embozado bajo una capucha negra. En el lenguaje visual de Vox, el menor inmigrante equivale a un delincuente violador que apalea señoras. Señoras como “tu madre”. No es que el tipo de la foto aparezca como un chaval con el que no te gustaría que se cruzara tu madre en un callejón oscuro un viernes a las dos de la mañana. Tampoco es que en un momento dado un mena pueda robarle a tu madre; es que prácticamente ya ha comenzado el ataque, pues el menor mira a la señora y en el gesto ya calcula el ángulo, la fuerza y el momento de la patada que la derribará y el dinero que llevará en el bolso. El de la foto no es un carterista; es -gráficamente-, un asesino.

Eduardo Chillida se preguntó: “¿Que hay detrás del mar y de mi mirarla”. Lo importante sucede casi siempre detrás de los ojos del que ve, no en lo que está viendo. Uno va con prisas por el metro y así a vuelapluma entiende que los menores inmigrantes son una versión de un francotirador de Raqqa con dineros para ropa. Este señalamiento y criminalización no es tan evidente cuando se señala a otros grupos como los judíos -algunos partidos de izquierdas asumen el antisemitismo-, cuando se habla de los vecinos del barrio de Salamanca -pijos desalmados que azotan al servicio con una madera del nueve si se equivoca al elegir el color del mantel para la cena- o se define a los católicos, poco menos que inquisidores, quemadores de brujas e integrantes de una red de pornografía infantil.

El peligro del cartel es que resulta muy efectivo. En primer lugar, porque plantea un robo. Un tipo en campaña haciendo números es más peligroso que un mono con una metralleta porque siempre en algún momento cede a la tentación de plantear a su votante que alguien le roba. España ens roba, Madrid ens roba, la derecha ens roba, el mena ens roba. Nos roban hasta los árbitros. Por otra parte, la imagen une lo que consideran una injusticia presupuestaria con el concepto criminal del robo. Uno comienza a contarle historias de miedo al votante y no puede parar. Allá viene la derecha a bombardear las colas del hambre, acá los menas a ponerle a tu madre una navaja en el cuello. No solo es que a la madre de uno le quede poca pensión porque el Estado se la gaste en estos zagales; es que dibujan la posibilidad de un atraco, acaso una violación y -por qué no-, un homicidio. Va uno por el metro de Sol, ve el cartel, empieza a echar cálculos sobre la hucha de las pensiones y antes de subirse al vagón ya está mentalmente en la manada de Sabadell.

Los que diseñan las campañas -todos- saben que el miedo atraviesa la voluntad como la katana la mantequilla. El miedo pone siempre a la persona en las condiciones de tomar  decisiones rápidas en favor de su supervivencia: saltar por el balcón o quemarse, correr o quedarse quieto, defenderse o atacar, salvar a tu madre o darle 4.700 euros a un francotirador del Isis.

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