Política

Centrífugos

Algunos suponen que son demócratas solo por gritar su nombre

Giovanni Sartori, que estudió con meticulosidad el sistema de partidos, tanto competitivo como hegemónico, sabía que la democracia real nunca puede ser una democracia ideal. Sin embargo, hoy que la palabra «democracia» está más manoseada, disputada y privatizada que nunca, se pinta con tintes irreales y abstractos (léase «interesados») casi irrisorios. Se esgrime la «democracia» de tapadera para toda intención partidaria, buena o mala. Se enarbola la palabra, sin conocer su contenido. Se utiliza como una piedra que se arroja al oponente. La democracia tiene actualmente propietarios. Algunos suponen que son demócratas solo por gritar su nombre. Democracia se opone a fascismo, el otro gran fantasma político de esta época, tan alejada en el tiempo de la Italia de Mussolini (que fue la única fascista, hablando con propiedad). Pero decir «democracia» no basta para materializar los sueños, más que nunca frustrados, de la mayoría. Tan solo es un reclamo más de un momento histórico marcado por la división y la discordia entre facciones políticas. A nuestro alrededor se puede ver la ira, el coronavirus del odio flotando en las gotículas de la respiración de demasiada gente. Sartori estudió un sistema bipartidista en que los partidos competían «de forma centrípeta, moderando las divisiones y jugando la partida política con una moderación responsable», algo que ocurría porque era «rentable», dado que existía una gran masa de «votantes flotantes moderados». Ahora, al contrario, ese grupo de votantes se ha vuelto extremista, oscila entre los extremos de derecha e izquierda. El bipartidismo no es rentable y por tanto no funciona. La moderación, consecuentemente, no existe. Las fuerzas políticas ya no tiran hacia el centro, sino hacia los márgenes. Los partidos ahora son centrífugos –añorado Sartori– porque les resulta provechoso. Nos arrastran hacia fuera, hasta el límite, al abismo. Estos partidos centrífugos han emprendido un sendero que van cimentando con golpes, dolor y rabia ciudadana: alimentando diferencias de opinión entre bandos para que sean irreconciliables en asuntos en realidad impostados, muchas veces inútiles, absurdos o quiméricos… Y, detrás de esos centrífugos enloquecidos, vamos todos. Camino de perdición. Porque, lo que de verdad importa, ya no le importa a nadie.