Política
No es la emoción, estúpido
Dice Joaquín Leguina que se la suda que le echen del Partido Socialista. De este Partido Socialista, aclara; porque él se considera socialista y volverá al PSOE en cuanto le levante el secuestro Pedro Sánchez. Sonríe Joaquín ante la ocurrencia de su tocayo. Lo acaba de escuchar en la radio, donde hace un rato se le ha clavado el «Vane pírate» que ha universalizado sin querer una dolida candidata de Unidas Podemos, harta ya de estar harta de figurar sin que se la tenga en cuenta. Lengua de la calle, piensa, desde una izquierda que no ha sabido recuperarla, y mira que la tuvo.
Leguina es una de las cabezas que corta Sánchez para expiar las culpas de la estruendosa derrota en la batalla de Madrid. La otra es Redondo Terreros. Estos dos por traidores, por elogiar y quién sabe si apoyar a la Reina de Corazones del Madrid postmoderno, Isabel Díaz Ayuso. Las otras dos son más ejemplarizantes: el secretario de Madrid, Franco, y el derrotado con nombre propio, Ángel Gabilondo, que tampoco es que estuviera loco por seguir con la farsa. Se le forzó a una campaña suicida alentada por un intervencionismo personal de Sánchez de inusitada vanidad política, y ahora se le obliga a expiar los pecados ajenos, como sucede en toda buena organización política que se precie. Más aún en la izquierda.
La ola del tsunami socialista llega a Andalucía, donde Sánchez agita el fantasma de primarias por si Moreno Bonilla hace una ayusada, y se encuentra con una Susana Díaz -Ayuso, añade Apaolaza en feliz hallazgo metafórico- que le toma la mano y la iniciativa y se coloca al frente de la manifestación sabedora de que en este momento es más fácil batir al sanchismo recién derrotado. ¿Primarias?, claro, dice la ex presidenta, y le parece a Joaquín que empieza ya la campaña cuando pide a Madrid autocrítica por haber abierto la puerta a la derecha más inhumana. ¿Acaso no es un magnífico arranque de campaña el empezar señalando que tienen que hacérselo mirar los sanchistas que perdieron en Madrid? Se le antoja a Joaquín una sutil manera de distanciarse de la derrota para aprovecharla convenientemente dispuesta a reemprender el camino hacia San Telmo.
Las elecciones de Madrid han roto la izquierda por el flanco más inconsistente. Moncloa, que no da una desde la moción de Murcia, sigue haciendo márketing comercial con la política, pero hasta las marcas más afamadas se desmoronan si no llegan a ofrecer lo que prometen. Decía Iván Redondo que hay que activar la emoción porque es el impulso inicial. «Primero se emocionan y luego piensan». Evidentemente, se olvidó de la segunda parte, de que también piensan, que el electorado además de creerse los lemas y las proclamas, a veces destila criterio. La banalización que ha hecho el PSOE de las cañas, la vida nocturna y el Madrid de la frivolité, no contó con que las cañas, las cocinas, las copas y las mesas las sirven mujeres y hombres que tienen vida y deudas, muchos de ellos antiguos votantes de izquierda que han agradecido una gestión que buscó equilibrio entre economía y salud. También eso se les olvidó. Lo sabe bien Joaquín, que estuvo en ERTE en el hotel en un principio, pero lleva dos meses trabajando de nuevo. Siempre votó a la izquierda, pero esta vez ni se ha creído su juego ni le ha gustado la estrategia de victimización envuelta en dialéctica guerracivilista.
Que esa ha sido otra. La muerte política de Iglesias tras su fracaso en Madrid –salida prevista y teatralizada a la vieja usanza como bien dejó claro «Vane pírate»– tiene mucho que ver con la otra estrategia fallida de la izquierda: bronca, lío y a pescar. Según Tezanos y su CIS, los españoles han percibido que el más bronco de los candidatos ha sido Iglesias. Ha fracasado. Y piensa eso Joaquín, que en su día se creyó el nuevo tiempo tras el 15M, porque es una derrota ganar solo tres diputados con todo su nombre, su carga y su supuesto prestigio entre la izquierda.
La izquierda que queda en Madrid, la de Mónica García y Errejón, no demonizó a Ayuso, la combatió y criticó en sus dos años de gobierno, ni recuperó la dialéctica guerracivilista o el victimismo de la insolvencia argumental, sino que se ocupó y preocupó de los problemas de los madrileños como Joaquín.
El Psoe ha caído en Madrid víctima de la suficiencia de Sánchez, la forma en que ha encarado la pandemia, y el concepto monclovita de la política como márketing que subestima la capacidad del electorado. De hecho, en esta campaña no han tenido problema en insultarle. A Iglesias le puede la misma vanidad o aún más que al presidente de su gobierno, pero sin el amortiguador de un partido que le diga al rey que está desnudo, porque se lo ha cargado todo, y al que queda, si no es de los íntimos, le tiene harto, hartísimo, o hartísima o hartísime. Como a Vanesa, su número tres, que cierra su mensaje privado ya viral con ese impagable y contundente «son la polla».
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