Política

Lo que a la izquierda duele…

«No nos traten como súbditos del régimen totalitario que aspiran a establecer»

…es el discurso y, sobre todo, la práctica de la libertad. Pocas veces hemos asistido a tan desaforadas –y, en lo conceptual, disparatadas– reacciones hacia una estrategia electoralmente ganadora como la desplegada en Madrid por Isabel Díaz Ayuso, cuyo fundamente no ha sido otro que el de la apelación a la libertad. Todos en la izquierda han arremetido en contra, básicamente porque, en su fantasiosa superioridad ética, creen que la libertad les pertenece, aunque se hayan alineado, muchos años después, con la idea subyacente en la respuesta que dio Lenin en 1920 a la pregunta que, sobre ella, le formuló Fernando de los Ríos: «¿Libertad para qué?». Una idea que no es sino la negación misma de la libertad porque, en la concepción leninista, ahora tan en boga, es el Estado quien ha de regular hasta el más mínimo detalle la vida personal y social de todos los individuos, negando su singularidad y subsumiéndolos en la colectividad.

Por eso la izquierda ha recurrido al concepto de libertinaje –del que los viejos del lugar oímos hablar mucho en la época de Franco– o, peor aún, se ha enredado con las cañas y los berberechos para derivar en la asimilación de la libertad con el nazismo. Y al final, en ese mejunje ideológico no se le ha ocurrido otra cosa que la identificación de la libertad con los servicios públicos. El último en formularlo no ha sido otro que Otegi, el etarra reconvertido que ahora dicta lecciones de democracia. Ha sido él quien ha escrito que «la libertad y la igualdad, que forman parte de la misma ecuación, es tener garantizada la educación, la sanidad, los cuidados, el medioambiente… eso es la libertad». Obviemos su oscura catadura moral y destaquemos que nos está diciendo que esos servicios se los debemos a la izquierda. Nada más falso, pues buena parte del desarrollo de tales servicios fue obra del maurismo y, más tarde, del franquismo, aunque se completaran con la democracia. Así que no nos cuenten milongas y no nos traten como súbditos del régimen totalitario que aspiran a establecer.