Vacaciones
Mentalidad de vacaciones
Ya pocos conceden importancia a que nos hayan enchufado doce horas laborales y todas las menguas en derechos sociales de estos meses
Parece que la gente hace rato que ya está en modo vacaciones. Si ahora Inglaterra recobrara Menorca, la inquietud de muchos españoles no sería retomar el territorio ni la salvaguarda del orgullo patrio, un asunto que los chavales metidos en TikTok ya no saben ni lo que es. Su preocupación recalaría en si continúan vigentes sus reservas hoteleras y si tienen que renovar el pasaporte para viajar a la isla. Aquí ya lo que interesa es extraviarse por ese salón de pasos perdidos que supone el parón estival. Entregarse al esperpento de los chiringuitos y la algazara del hacinamiento playero, ese lugar donde a muchas abuelas les sale todo el régimen totalitario que llevan por dentro.
El descanso a veces no se concibe con el ánimo perezoso de un Thoreau o la laxitud que anima a los bereberes a tumbarse a la bartola durante las horas de mayor calor. Para muchos solo consiste en sustituir un ajetreo por otro, solo así se explica que para relajarse algunos tomen la resolución de subir el Everest o atravesar el Sáhara con el dudoso mérito de portar únicamente una cantimplora con medio litro de agua. En el fondo es algo así como dejar de discutir con el jefe para empezar a discutir con los gorrillas de los aparcamientos. No hay que engañarse en este asunto y conviene ser bastante sinceros. Para muchos, las vacaciones no significan más que estar de bulla en otra parte.
Con el sol ya muchos han empezado a sacar de los armarios esa intendencia veraniega que representan los bañadores, las sombrillas y pantalones cortos, porque muchos entienden que esa es la mejor manera de asesinar el invierno. Los meses estivales siempre se han afrontado con un ánimo revanchista, con el tono rencoroso que alienta cualquier desquite. Es el corte de mangas que se hace a la oficina antes de largarse a cualquier Cancún hispano para descubrir que solo hay un infierno peor que la fotocopiadora del trabajo: el infierno de soportar a la familia. Eso explica que muchos afronten el regreso laboral con la ilusión que siempre supone volver a desayunar croissants a la plancha.
El único desasosiego de estas semanas es si la cita para la vacuna le va a pillar a uno en medio de una fritanga o si le van a pinchar con esa kryptonita que es AstraZeneca, que la fiebre en verano es mogollón de incómoda. Muchos ya solo esperan en chutarse unas semanas de asueto para sobreponernos a la resaca invernal de hastíos y agotamientos que arrastramos. Ya pocos conceden importancia a que nos hayan enchufado doce horas laborales y todas las menguas en derechos sociales de estos meses, lo que viene a refrendar que solo existe algo que aliena más que la televisión: el cansancio.
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