Ceuta
La playa del pasado
Pedro Sánchez estuvo allí, fijó territorio, dejó compromisos y luego regresó al futuro que es donde está
Cuando Ramiro enciende la televisión las noticias hablan de Ceuta y del guardia civil, Juan Francisco dicen que se llama, que salvó a un bebé. Muestra imágenes de soldados a la orilla del mar. Un joven se abraza a una legionaria que lo saca del agua casi en volandas y lo lleva junto a un grupo de chicos amontonados en un extremo de la playa. Muchos son niños. Dos soldados transportan los cuerpos exhaustos de una mujer y un muchacho y los depositan suavemente sobre el suelo de minúsculas piedras redondas. Son imágenes, fragmentos, piezas de un mosaico que mirado desde lejos es el retrato de una especie de romería desmadejada y mentirosa, porque no hay más santo ni devoción que la fe en una trola inventada por un régimen sin escrúpulos que abrió su verja sin pudor alguno. Han querido crear un problema al vecino español y supuesto socio de confianza a costa de poner en juego la vida y la ilusión de miles de personas que bastante sufren ya la pobreza y la falta de futuro. La valla y el espigón que separan Ceuta de Marruecos definen la línea divisoria entre dos mundos a los que aleja un abismo. Quizá sea la línea fronteriza en la que la diferencia económica entre uno y otro lado es mayor: diez veces más la renta per cápita en el lado español que en el marroquí. Los soldados contienen como pueden la sucesión de avalanchas en el espigón y atienden a sacar del agua a quienes llegan exhaustos. Quedan después en manos de la Cruz Roja. Una voluntaria abraza a un joven que llora desconsolado, roto.
Le parecen a Ramiro estampas de devastación, como trocitos de guerra sin fuego ni armas. De una guerra en la que sólo hubiera un bando, el de los perdedores. Una guerra en la que los soldados no matan, sino que salvan vidas. Interrumpe su reflexión el estrépito gutural de una parlamentaria, de la CUP lee en el rótulo, que se queja en la tribuna del Congreso de que el gobierno español haya enviado soldados contra los niños que llegan a la playa. No ha salido aún de su sorpresa por la osadía de la ignorante, cuando le escucha a su señoría soltar un juicio insólito de lo que él mismo está viendo. “Son unas imágenes lamentables”. Y piensa que sí, que lo son. Pero por lo contrario de lo que insinúa la fogosa sectaria. Hay gente para todo, se dice. Algunas horas después tiene que digerir que gente del otro lado, de esos que estigmatizan y juzgan por el color de la piel, difunda en redes sociales la basura de que el abrazo entre la chica de Cruz Roja, Luna, se llama, y el inmigrante, es en realidad un acercamiento rijoso, una tontuna de buenistas en la que el malo es el negro y la chica es abusada sin darse cuenta. Hay que estar muy enfermo para no ver, para no sentir, para no empatizar con lo que todos hemos visto. Qué pena de gente.
Sánchez estuvo en presente y reaccionó rápido. Seguramente su gesto de viajar inmediatamente a Ceuta a pisar terreno europeo contribuyó a que el vecino desleal marroquí detuviera la marea. Estuvo allí, fijó territorio, dejó compromisos y luego regresó al futuro que es donde está. La crisis con Marruecos, presente, no del todo cerrada, será cosa de la ministra de Exteriores que tendrá que reconducir las relaciones. Eso sí, con cuidado de no molestar demasiado.
Porque Sánchez, cuando tuvo el arrebato inesperado de acudir a Ceuta a poner la bandera, estaba en otra cosa. Donde está desde hace tiempo. En el futuro. Un futuro venturoso. O mejor, como dirían Les Luthiers, dos futuros venturosos: las vacunas salvadoras, y la Historia por preparar. Había que resolver rápido la crisis de Ceuta porque le esperaba el año 2050. Por eso actuó así. Por eso demostró que tiene cintura y capacidad, que sabe, si quiere, ponerse a la altura. Pero le falta, cree Ramiro, el coraje del político de talla. No interesa el compromiso si arriesga perder votos. De ahí esa estrategia marketiniana de gobierno. 2050 está lejos, queda mucho por resolver, una crisis de la que salir, un país con el que hablar. Es saludable calcular dónde estaremos y da imagen prepararse para el futuro. Aunque este vaya tan rápido que gran parte de lo propuesto se vaya a quedar viejo. Vale. Pero no es creíble, porque suena a humo, a intento de emborronar el durísimo paisaje presente con un futuro de luz y felicidad. Es imposible avanzar obviando los obstáculos. El viaje a un destino lejano renunciando a recorrer paso a paso la distancia es el reflejo de una ensoñación inalcanzable. 2050 es demasiado lejano cuando no sabemos ni hemos calculado qué demonios pasará en 2021.
Bueno, Ramiro sí: que pagará más impuestos y Marruecos seguirá utilizando a sus ciudadanos -¿o mejor súbditos?- como arma diplomática arrojadiza.
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