procés

El estupor

Si el caso de Junqueras es comparable al de Nelson Mandela, ¿no será Ábalos miembro de un gobierno equiparable al del apartheid?

Hay en la clase política un estupor ante la realidad que se le resiste, una dificultad patológica para entender el mundo y sus habitantes fuera de los carriles previstos, que se convierten en el peor de sus enemigos si exceptuamos esa alergia a la luz y la transparencia que no siempre consiguen ocultar.

Emilio se ha preguntado muchas veces qué clase de gen o peculiaridad psíquica o mental comparten quienes abrazan ese menester de la búsqueda del bien común en el que ha de consistir la política, para padecer todos esa curiosa limitación del entendimiento.

Escucha en la radio a un médico de atención primaria quejarse de que algunos consejeros de autonomías gobernadas por el PSOE están poniendo trabas al derecho, fijado por el propio Gobierno, de elegir la segunda vacuna también de AstraZeneca por quienes recibieron la primera y ahora habrían de ser vacunados con Pfizer. A Sanidad se le han rebelado los ciudadanos que, en una mayoría de ocho o nueve sobre diez, prefieren no mezclar vacunas por mucho que sostenga la autoridad sanitaria que es igual o incluso mejor. Autoridad que, hasta el momento, no ha tenido a bien ofrecer explicación alguna al cambio de pauta sobre AstraZeneca. Se malicia Emilio que la razón de verdad, inconfesada, aunque sería perfectamente asumible y lo entendería la mayoría de la población, es que no hay garantía de tener suficientes vacunas para una segunda dosis. ¿Por qué no lo dicen? ¿Por qué no hacen como los autores de un estudio en el Reino Unido que se centra precisamente en la posibilidad de combinar las vacunas y reconoce que el motivo es precisamente la posibilidad de desabastecimiento?

La ciencia busca la verdad que la política oculta. Y cuando ésta se escuda en aquélla es porque ha caído en manos del estupor y no encuentra otra salida para esconderlo.

Ahora, ante la evidencia de que los afectados optan por seguir el consejo de aquellos en quienes confían, los médicos de atención primaria, que recomiendan seguir con el mismo suero, lo que hacen es poner trabas para ejercer ese derecho.

A veces intenta el político adelantarse a la incomprensión o el rechazo, o combatirlos cuando surgen, y desnuda sus carencias o su insensibilidad. En esa categoría sitúa Emilio la desesperada y exasperante estrategia del Gobierno para hacer comulgar a la ciudadanía con la rueda de molino de la necesidad histórica de indultar a los presos del procés. En la cumbre del malabarismo dialéctico aplicado a este objetivo imposible, se ha situado el campechano ministro Ábalos al tirar del mito Mandela para explicar la necesidad de no aferrarse a los estigmas por las «cuestiones de antecedentes penales». Mandela estuvo 27 años en la cárcel para terminar siendo presidente de la Sudáfrica democrática, cosa que a juicio del ministro español, no hubiera sido posible si se hubiera hecho recaer sobre él ese «estigma» del encarcelado. Emilio, que no se considera a sí mismo un lince, está seguro de que la comparación no sólo desnuda la impertinente frivolidad de un político socialista con responsabilidades de gobierno, sino que es reveladora de que Sánchez y su equipo han abrazado definitivamente el discurso del independentismo más obtuso. Que el victimismo indepe y su altísimo concepto de sí mismos y sus ensoñaciones, les lleven a considerar a Junqueras su Mandela particular luchando contra la opresión española, tiene un pase dada su escasa afición por la verdad histórica. Pero que un miembro del gobierno de España, europeo, occidental, democrático, trate de equiparar el caso de uno y de otro, sólo revela su entrega y, desde luego, la incapacidad para asumir y gestionar el estupor. Porque en buena lógica, tal argumento lleva inmediatamente a una pregunta: si el caso de Junqueras es comparable al de Nelson Mandela, ¿no será Ábalos miembro de un gobierno equiparable al del apartheid? ¿Y el Tribunal Supremo, una instancia judicial racista y segregadora? ¿Dónde, si no, ponemos a Mandela?

Es muy peligroso el estupor. Muy canalla e imprevisible.

Ofrecía Casado una rueda de prensa alegre y callejera cuando una periodista cometió la impertinencia de preguntarle en Ceuta por el caso Cospedal. Inmediatamente, la afición casadista comenzó a increpar a la inquisidora haciéndole callar al grito casi unánime de «Esto es Ceuta y aquí no se habla de eso». El sorprendido Pablo Casado no pudo responder sino «estoy de acuerdo con estos caballeros» que en realidad lo que estaban era impidiendo el ejercicio del derecho de información. Pero el estupor y la sorpresa ante lo inesperado llevaron al líder político a alinearse con los boicoteadores. A dar por bueno el acoso al periodista.

Ay el estupor…Qué mala cosa es lo inesperado cuando requiere inteligencia y tino.

Dice Nelson Mandela en la recopilación de textos propios, cartas y reflexiones compartidas, que se agrupó bajo el título de «Conversaciones conmigo mismo», que «un santo es un pecador que simplemente sigue esforzándose».

No quiere Emilio ser muy pesimista, pero estos pecadores nuestros no sabe si alcanzarán alguna vez esa santidad que es fruto del esfuerzo y, también decía Mandela, la necesaria meditación de cada día.