Historia

El censo de las piedras sagradas

Ocurrió hace unas semanas. Mientras rodaba en Galicia el final de la serie sobre el Camino de Santiago que en estos días emite Movistar+, tropecé con un viejo enigma. Acaso el más antiguo de todos. Mi equipo y yo habíamos alcanzado Muxía, en la Costa da Morte, con la intención de filmar las rocas que se levantan frente al santuario de la Virgen de la Barca. Todas las piedras de ese lugar tienen nombre propio. La más famosa es la de Abalar –una roca plana de 60 metros cuadrados, que hasta hace poco basculaba con solo tocarla–; a diez metros de ella descansa la de Os Cadris o «las caderas», que dicen cura el reuma y los lumbagos si uno se arrastra bajo ella. Más escondida está la del Timón, con forma de guía de barco y que una leyenda local atribuye a la nao que trajo la Virgen a esa playa para consolar al apóstol Santiago; o la de los Enamorados, un auténtico balcón al Atlántico. A ellas dedicó Lorca algunos versos del segundo de sus «Poemas gallegos», y todas atraen todavía hoy a peregrinos del Camino que buscan en estas playas del «fin del mundo» la última respuesta a sus plegarias.

Fue ahí, entre salpicaduras saladas, donde conocí a Xosé Antón Castro. Este profesor universitario experto en arte y arqueología lleva media vida fascinado con las rocas de Muxía. Está convencido de que en la Prehistoria formaban parte de una suerte de santuario lítico. «La litolatría es un asunto poco explorado», se lamenta, «pero explicaría por qué este es un lugar tan magnético desde hace milenios; primero para los pobladores neolíticos, luego en tiempo de los celtas, y más tarde con la llegada de los cristianos que adaptaron el lugar a su fe». Xosé Antón deja caer su diagnóstico mirando de reojo al Santuario de la Virgen, que se alza orgulloso a cincuenta metros de la Pedra d’Abalar. «Todo está conectado. Piedra y fe llevan milenios comunicándose», me susurra. Y debe ser cierto. Entre quienes se dedican a estudiar estos vestigios como él, esa es una de las cincuenta «rocas vacilantes» que existen en Galicia. Suponen que formaban parte de un remoto culto de fecundidad. En su estudio (aún inédito) Muxía, el santuario de las piedras sagradas, Castro apunta a que la playa de la Barca debió ser una suerte de catedral de la litolatría neolítica.

Sus conclusiones me recuerdan a otro sabio –esta vez aragonés– que también lleva décadas detrás de esta clase de santuarios. Ángel Gari, antropólogo y uno de los mayores expertos mundiales en brujería medieval, organizó en Huesca, en 2016 y 2019, dos coloquios para profesores universitarios e investigadores a los que llamó «Sacra Saxa». Fue la primera vez que se dieron cita para hablar de piedras de culto. Allí se plantearon inventariar las rocas asociadas a leyendas que jalonan España para poder reivindicar su valor histórico y paisajístico, y protegerlas. De las doscientas piedras como las muxianas que tenían localizadas hace cinco años, hoy son ya más de 1.200. Seis veces más. Su trabajo, coordinado en muchos casos desde el Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia, es simplemente alucinante: las geolocalizan, investigan en fuentes orales y escritas su historia, leyendas o usos rituales y curativos, y las unen a un registro que puede verse crecer en piedras-sagradas.es.

Enumerar semejante patrimonio supone una gran aventura intelectual. «Sacra saxa» ha establecido incluso una tipología para estos vestigios, que va desde las «piedras numínicas» –que son aquellas que marcan territorios y lindes prehistóricos–, a rocas de «mouras y mouros» y «de ánimas», que señalaban lugares de homenaje a los ancestros. Han calculado que ambas categorías absorben un 50% de las rocas censadas. El resto se reparte entre piedras «de fecundidad» como la de Abalar, «sanadoras», «calendáricas» y los «tronos» o lugares de administración de poder de jefes de antiquísimos clanes ibéricos. Se trata de vestigios, claro está, rodeados de incógnitas. La mayoría no pueden ser datados por los métodos tradicionales, no están cerca de cementerios ni de asentamientos fechados, y establecer su origen es una verdadera pesadilla.

Sin embargo, no es esa su mayor preocupación. Su obsesión ahora es que este patrimonio no se pierda. A menudo se trata simplemente de rocas que descansan sobre colinas, o que alguien irguió en medio de un campo. No suelen tener signos o relieves tallados, y solo con suerte algunas fueron cristianizadas colocándoles una cruz encima, marcando sin palabras que esa roca fue importante para otros credos. Estos «piedrólogos» estiman que solo han sobrevivido la mitad de las que un día hubo. Y creen que vindicándolas podría enriquecerse ese «nuevo» ideal turístico que quiere primar la exploración del interior de nuestro país, la «España vaciada», llevando a viajeros cultos y curiosos a admirar nuestros santuarios prehistóricos más olvidados. Yo aún lo veo utópico, pero escuchando a Antón Castro y a Ángel Gari en dos extremos del país, empiezo a creer que su cruzada puede llegar a tener éxito. Mientras llega su victoria, lector, no dejes de asomarte a su web. Seguro que encontrarás cerca de ti una de esas rocas de las que nunca hubieras dicho que escondía una historia sagrada. Sacra saxa.