Política

Españoles incompletos

En Colón, bajo un sol como un huevo frito, Andrés Trapiello y Rosa Díez hablaron de lo de siempre. Secesionismo, indultos, democracia. Yo, como ellos, y como el impagable David Mejía, también me opongo a los indultos porque, más allá de la peripecia de los delincuentes, estoy en contra de que rehabiliten el nacionalismo. La derrota independentista no puede suponer la recuperación del monstruo. El nacionalismo, todo nacionalismo, impone códigos prepolíticos, tributos sentimentales, gallináceas oraciones reaccionarias, frente al valladar racional de la nación moderna, de ciudadanos juntos aunque distintos, iguales en obligaciones, derechos, pasaporte. Al nacionalismo, como al racismo, como al machismo, hay que discutirlo, combatirlo, vencerlo y enterrarlo. Igual que no admitimos un racismo soft, de baja intensidad, ronroneos amables y ojitos entornados, tampoco vale un nacionalismo de peluche, amparado en la sensiblería y supersticiones privadas, para justificar la expulsión de nadie. Trapiello, en la Capital de la Gloria, citó a Antonio Machado. «De aquellos que dicen ser gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etc., antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse». El hombre que escribió «Las armas y las letras», el libro que destruyó la supersticiones binarias de una guerra entre ángeles y demonios, concebida y escrita por un guionista cutre del peor Hollywood, Trapiello, o sea, también recordó que Machado no habla, «como hacen los nacionalistas, de buenos o malos catalanes, de buenos o malos vascos, extremeños, castellanos, no, sino de españoles incompletos, insuficientes, es decir, de quienes quieren impedir que vivan juntos los distintos y suspender las leyes que nos hacen a todos libres e iguales». Horas antes, en la misma ciudad, arrancaba el club Jacobino, propulsado por disidentes de IU y afines. Su principal arquitecto, Guillermo del Valle, le explicaba a «El Independiente» que «La unidad política es la condición de posibilidad de la redistribución de la riqueza, el Estado del bienestar, los servicios sociales y la transformación económica. Debería ser defendida por la izquierda sin ningún tipo de complejo». ¡Apetece citar a Galileo: «E pur si muove»! Hasta que repasas los titulares sobre Colón y recuerdas, ay, la cínica insolidaridad de una izquierda mainstream completamente enajenada.