Política

Sánchez: banquillo y vestuario

«Hay grafólogos que escrutan la nota de adiós de Redondo y el uso de las mayúsculas»

Iván Redondo tiene una oferta de trabajo y/o colaboración encima de la mesa desde minutos después de que se conociera que dejaba la jefatura del Gabinete del Presidente. No será la última. Por ahora no aceptará ninguna. Además debe guardar la cuarentena de las incompatibilidades. Redondo, sin embargo, no es de los de estar mucho tiempo ocioso. Tendrá oportunidades fuera de España y, como apunta en su nota de despedida, «nos volveremos a ver». Su escrito de «adiós» ya ha sido escrutado por los grafólogos. Destacan que solo utilice mayúsculas y, a partir de ahí, elucubran sobre intenciones y autoestima. Hay incógnitas en la marcha de la Moncloa del protoasesor presidencial. Algún día se desvelarán. Redondo, en cualquier caso, trabajó hasta el último minuto en una hoja de ruta que Sánchez decidirá si sigue o no. «La política es el arte de lo que no se ve», repetía con frecuencia el hasta ahora hombre de confianza del presidente –táctico o estratega, según quien lo enjuicie– y el nuevo Gobierno no chirría con los planes que trazó, aunque el presidente los haya ejecutado a su manera.

Pedro Sánchez quizá no encaje bien las derrotas, pero –está escrito aquí mismo– sabe cuando ha perdido. El curso político que termina ya no tiene remedio. Por eso, el presidente, como susurraba Redondo a quien le quería oír hace un par de semanas, ya trabaja para la nueva temporada. Eso incluía mover el banquillo y apaciguar un vestuario con demasiados gallos no muy bien avenidos, desde Carmen Calvo hasta José Luis Ábalos, sin olvidar al propio Redondo y a ministros amortizados o que, como Iceta, ya no eran útiles en sus puestos y había que recolocarlos. Sánchez, con el objetivo último fijado en las próximas elecciones, por un lado, volverá a envolverse en la bandera de España. Por otro, se centrará en los votantes entre y 18 y 35 años, que son la clave. Lo trataron el presidente y el asesor. Ahora, es el turno del inquilino de la Moncloa y ha empezado por mover el banquillo y apaciguar el vestuario. Eso sí, corre el riesgo, como el entrenador inglés, Gareth Southgate, de que los cambios del último minuto le salgan rana.