Música

Zahara y el Braghettone

Lejos de llamar a la guerra santa, nuestros «Braghettone» se conforman con hacer el ridículo.

La censura no descansa y mucho menos los políticos con querencias murmuradoras y/o puritanas. Convencidos de que pueden silenciar obras de arte y no quedar como auténticos alcornoques. Lo último en mordazas tiene que ver con una concejal de Vox, María de los Ángeles Ramos, que anda como un basilisco por un concierto de Zahara programado para el 3 de septiembre. Entiende que «estamos ante una nueva provocación intolerable por parte del Ayuntamiento de Toledo, que ha permitido que se ataque la libertad religiosa de la mayoría de los toledanos». Desconozco cómo habrán sido las anteriores provocaciones del consistorio, o cómo de terribles los ataques previos a la libertad religiosa. Pero si en cuestiones blasfemas la barra de platino la pone la cantautora Zahara, con la portada de «Puta», su último disco, temo que la seño María haya perdido el tren de la modernidad hará 150 años. Más o menos coincidiendo con la publicación de los «Poemas saturnianos» de Paul Verlaine. Se da la particularidad de que el sofocón ha tenido lugar en la patria adoptiva de El Greco, al que Francisco Umbral recordaba como antecedente de los malditos en sus últimas etapas, «cuando ya todo es ignición, descomposición y sublimación inversa». Lo que entonces parecía herético fue luego, de los simbolistas en adelante, «el ápice de toda modernidad». Malditos fueron Rimbaud y Mallarmé, Artaud y Poe y, por meternos en el rock and roll, lo han sido Brian Jones, de lado de los muertos, y Keith Richards, que nos sobrevivirá mediante lingotazos de nicotina y solos de guitarra con la afinación abierta en G. Zahara, compositora intensa y brillante, cuyo último lanzamiento fue descrito por mi compañero en Efe Eme, Juanjo Ordás, como «descarnado, confesional y valiente» y «uno de los discos del año», no se merece el homenaje inverso, atropellado y vulgar de una dama a la que prefiero no imaginar la tarde en que descubra a los New York Dolls o lea a Houellebecq. Con todo, su arranque haría sonreír al bueno de Pinker. Lejos de llamar a la guerra santa, nuestros «Braghettone» se conforman con hacer el ridículo.