Opinión
Un par de Lagartijas
Esta mañana, cuando salía de mi cuarto con la simple intención de desayunar lo más frugalmente posible para compensar los excesos del resto del día, se me cruzaron dos simpáticas y expresivas lagartijas que salían de entre las tupidas plantas que me rodean en estos días, cerrándome el paso en ese camino forjado a base de traviesas de ferrocarril, que todavía desprenden olor a petróleo, donde el colorido de las flores se entremezcla con la herrumbre de las obras de arte armoniosamente colocadas inesperadamente por aquí y por allá, al mismo tiempo que el rumor del agua desfila por la cascada donde las piedras brillan como si hubieran recibido una mano de cera; algunas, por su color oscuro, parecen de charol. Estos dos animalitos me frenaron la marcha para inquirirme con un punto de impaciencia y hasta de agresividad: “¿te das cuenta de la suerte que has tenido naciendo a este lado del occidente europeo?, ¿imagínate que el destino, que tan generosamente te ha tratado a lo largo de los años, o más bien los caprichos del azar hubieran querido que nacieras en Afganistán?” Y, dicho lo dicho, con la misma rapidez que aparecieron se escurrieron ágiles e inquietas entre el verdor del suelo y dejé de verlas.
Ahora estoy sentada delante del teclado y me doy cuenta de que, no les faltaba razón a este par de animalitos turulatos que todavía se mueven en mi cabeza ante la perplejidad de mi raciocinio porque, como todo el mundo sabe, las lagartijas no hablan, pero ocurre que no es la primera vez que me sucede. Hace unos años, bastantes años, mi agosto transcurría en un viejo castillo de la campiña inglesa con la única compañía del espectro de una vieja lady y una rana que aparecía y desaparecía. Son las ensoñaciones del estío que permiten estas licencias a los que nos gusta juntar letras, palabras, a quienes nos dedicamos al mundo del negro sobre blanco y de la fabulación.
En los días de ferragosto suelen acontecer cosas tremendas. Este año ha ocurrido el terremoto de Haití, país desgraciado y maldito donde los haya, dejando a los haitianos más pobres y míseros, si cabe; el dramático accidente en la bocana del puerto de Ibiza cuando un ferry se llevó por delante a una pequeña embarcación decapitando a quien la pilotaba, y la toma de Afganistán por los talibanes gracias al vejete que reina en la Casa Blanca quien tuvo la brillante idea de retirar las tropas americanas de aquel país, dejando en manos de las bestias fanáticas a un país frágil que llevaba 20 años intentando levantar cabeza con el apoyo de los países civilizados.
De todo se ha dicho a lo largo de esta semana, en que todos nos hemos preguntado dónde está el “Pocholo de Lanzarote”, como Herrera ha bautizado a Sánchez y por qué no sale a condenar los atropellos que se están cometiendo; que dónde están las del Me Too o las feministas empoderadas locales que no han abierto la boca a favor de las pobres esclavas afganas a manos de unos individuos que lo mismo las violan que las matan, según sople el viento. Una frondosa ceiba necesitarían estas pobres mujeres -cuyo destino es ahora más incierto que nunca-, para neutralizar el huracán del terror. Desgraciadamente el mundo civilizado las ha dejado a su albur y la cosa pinta mal y el remedio de su negro futuro no hay movimiento que lo recomponga.
CODA. Para rematar con optimismo esta crónica dominical diré que los israelíes están muy optimistas con el fierabrás, un medicamento que supuestamente curaría el covid en 5 días. Hay que estar muy atentos también al polen de abeja, al colágeno y al aloe vera y comenzar a consumirlos en otoño, para que sus aires catabáticos y anabáticos no se nos lleven por delante y mantengan nuestra juventud física en impecable forma, que la anímica ya la llevamos puesta de serie.
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