Opinión

Sánchez y la pesadilla catalana

Es asombroso que Cataluña esté prisionera de un personaje que era irrelevante antes de convertirse en presidente de la Generalitat por el dedazo de Artur Mas

El presidente del Gobierno afronta la etapa final de la legislatura con la felicidad de haberse librado de Pablo Iglesias, con el que nunca tuvo sintonía, el control de la pandemia y la llegada de los fondos europeos que impulsarán la recuperación económica. No hay riesgo de crisis de deuda soberana gracias a la liquidez del Banco Central Europeo y los problemas del paro se han resuelto con los ERTE. A pesar de ello, la felicidad nunca puede ser completa y la pesadilla catalana reapareció de forma imprevista con la detención de Puigdemont. El buenismo negociador queda muy happy flower, pero resulta peligroso. Es algo que descubrió en su día con la ocurrencia del «relator» que estuvo a punto de hacerle perder las elecciones, pero sus enemigos le regalaron la «foto de Colón». Los estrategas socialistas andaban a la búsqueda de algo que les permitiera remontar el desplome que veían y se lo ofrecieron las tres derechas en bandeja. Por fin podían movilizar al electorado de izquierdas con una icónica imagen frentista y les salió muy bien. Los medios de comunicación y los periodistas de izquierdas se volcaron contra las tres derechas, la foto de Colón y anunciaron catástrofes bíblicas si Casado era presidente apoyado por la «ultraderecha». No hay que olvidar que para estos «objetivos» analistas no se puede pactar con Vox, pero sí con los comunistas, antisistema, independentistas y bilduetarras.

Sánchez es el perfecto camaleón político con una capacidad de adaptación sin parangón. Es verdad que sus enemigos no le encuentran ningún mérito lo que es, como recuerdo siempre, un lamentable efecto del cansino frentismo de la política española. La realidad es que hemos visto muchos Sánchez, que supera con creces a la Santísima Trinidad, porque puede ser el más fervoroso defensor de la aplicación del 155 para acabar con el desafío independentista a erigirse en el paladín del diálogo y la reconciliación, que realmente es abandonar la firmeza y despreciar al Supremo. No es que haya sido abducido por Pere Aragonés, sino que ahora necesita a ERC para garantizar su supervivencia. No ha dejado de ser un defensor del bipartidismo y le repatean las pretensiones independentistas. Su objetivo es conseguir el voto de ERC para los Presupuestos Generales del Estado y por eso montó la mesa de diálogo, incluyendo su presencia, pero sin olvidar el problema que estuvo a punto de causarle el relator.

Una vez superada esa incomodidad, confiaba en que el odio entre ERC y JxCat le permitiría ganar tiempo, porque los primeros saben muy bien que la mesa es un callejón sin salida. Es mucho ruido y pocas nueces hasta la convocatoria de las próximas elecciones catalanas en las que el sueño de La Moncloa es un gobierno de coalición de Junqueras e Illa. El líder republicano ha probado los sinsabores de la cárcel, ha quedado como un héroe para los suyos y quiere ser presidente de la Generalitat. El problema es que existe un incordio llamado Puigdemont que aparece cuando menos se le espera y consigue generar un enorme caos. Los fugados se encuentran en un laberinto judicial, algo habitual en la Unión Europea, que les favorece y perjudica a España. El expresidente tiene ahora una nueva oportunidad para recuperar protagonismo, que es lo que más le gusta, y conseguir que la política catalana vuelva a centrarse en los problemas que ha provocado su cobardía.

Es asombroso que Cataluña esté prisionera de un personaje que era irrelevante antes de convertirse en presidente de la Generalitat por el dedazo de Artur Mas, que fue vetado para el cargo por los antisistema de las Cup. No hay nada más peligroso que darle una oportunidad a un sujeto ambicioso y mediocre para que monte un lío monumental. Tras su detención y puesta en libertad, la realidad es que el tablero ha vuelto a saltar por los aires. El presidente catalán rindió pleitesía al fugado y escuchamos las soflamas de rigor. Aragonès fue acompañado por el vicepresidente Puigneró, uno de los fieles de Puigdemont, y la consejera de Acción Exterior, Victoria Alsina. Es increíble que hablen de «represión contra el independentismo» y que ahora se hace «más necesario que nunca una amnistía y el derecho a la autodeterminación». Es un revisionismo de caradura, porque no hay ninguna represión. Es una mentira enorme. El gobierno catalán está formado por independentistas y ERC es un socio preferente y bienamado de Sánchez. La realidad es que cometieron unos delitos muy graves, fueron juzgados con todas las garantías y condenados, aunque el Gobierno decidió hacer uso del derecho de indulto por intereses estrictamente partidistas.

Esta situación es una pesadilla para los planes presidenciales. Lo sucedido complica la negociación presupuestaria y el PP, Vox y Cs le atacarán con el tema de las cesiones al independentismo. Es todo enormemente frágil, porque es un factor movilizador del voto del centro derecha y desincentivador para el socialismo. Por supuesto, Sánchez utilizará el crecimiento económico y el espantajo de Vox para provocar miedo y movilizar a su electorado. La clave para Casado está en no caer en la trampa y no repetir algo equivalente a la «foto de Colón». Una cosa es que pueda necesitar los votos de Abascal y otra muy distinta es un gobierno de coalición. No hay que olvidar que Ayuso no lo ha necesitado en Madrid y el objetivo del PP tiene que ser recordar permanentemente la radicalidad del gobierno socialista comunista así como de sus aliados independentistas y bilduetarras. Es bueno recordar que es un fiel seguidor de la famosa frase de Oscar Wilde: «Amarse a uno mismo es el comienzo de una aventura que dura toda la vida».