Educación
Enseñar: Cursos para necios
Este es el modelo de nuestra juventud. ¿Para qué esforzarse si quien no estudia ni sabe puede ser ministro varias veces y lograr la cumbre del poder?
Comenzó el curso, los alumnos llegaron a las aulas después de un año epidémico y convulso, de monitores y desencuentros, pese a la promoción de los cuentos sobre lo más moderno y lo hermoso que es trabajar desde casa o, tal vez, más bien, encender la pantalla y hacer como se escucha o se estudia, adormilado... Estudiar nunca fue fácil porque requiere esfuerzo y es nuestra sociedad abdominal un entorno más orientado a los placeres del cuerpo, de la gastronomía al sexo, que al aprendizaje, a la sabiduría, a la virtud y no digamos al heroísmo, como hacían algunos que ya parecen demasiado antiguos: Ramón y Cajal vivía su carrera científica como una inmolación por el conocimiento, una batalla incesante contra la necedad y los prejuicios de su tiempo, desviviéndose por ello. Tenemos multitud de ejemplos en el campo de las artes y las ciencias.
Nuestro sistema de enseñanza ha mutado numerosas veces y se ha dotado cada vez de más medios tecnológicos sin por ello aumentar el conocimiento de sus usuarios, más bien al contrario, según es común testimonio de nuestros claustros académicos. El problema entonces es el método, la indisciplina, inadecuada pedagogía, la creciente burocracia que lastra al profesorado.
Manuel Castells, célebre sociólogo e importante referente intelectual en nuestro país y en otros, declaró como ministro de universidades que no se va a penalizar a los alumnos cuando copian en un examen retirándoles las becas que pagamos con fondos públicos. La noticia causó revuelo. No es de extrañar si el plagio, la estafa, es el hábito de algunos de los más importantes representantes de nuestra política hispánica, que se lo digan al Dr. Sánchez. La inmoralidad inunda la casta política, a la que se han sumado los descastados y antes tan críticos de Unidas Podemos, que han regalado -usurpado- el puesto de ministro de cultura a un afamado incompetente, sin formación decente, pues abandonó los estudios. ¡Cuándos asesores no tienen la adecuada formación en nuestros gobiernos! Lastre que lastra los desgobiernos. Se concibe la democracia como un sistema en donde quien llega al poder hace lo que quiere y no ha de rendir cuentas hasta las siguientes elecciones, colocando a los amiguetes. Bailarle la juerga al presidente no es un mérito suficiente. De la meritocracia se ha pasado a la danzacracia, el poder de quienes habitan los pasillos de la política. Corrupción evidente que tiende a reconsiderar como ilegítimo nuestro gobierno o, mejor, nuestro desgobierno. Este es el modelo de nuestra juventud. ¿Para qué esforzarse si quien no estudia ni sabe puede ser ministro varias veces y lograr la cumbre del poder? ¿Para qué esforzarse en aprender si una buena figura o una vida de escándalos puede prosperar en condiciones mucho mejores que la de los honrados estudiantes? Todo lo contrario de lo que Platón consideró como ideal para la humanidad: que gobiernen los sabios, quienes conocen. Este es el modelo que parecería más adecuado a la Era de la Información, protagonizada por la Cuarta Revolución Industrial, inducida por la informática.
La falta de consenso y las continuas reformas educativas han lastrado un sistema en que cada vez más se pierde el tiempo, se promueve a los necios y se penaliza a los más inteligentes, perdiendo el fruto de sus esfuerzos. El bostezo reina en aulas igualadas por lo bajo, sometidas a una rebaja continua en conocimientos y en procedimientos, reducidas a parvularios donde hay que adoctrinar sobre lo buenas que son todas las diferencias y se realizan juegos de entretenimiento. Así no es extraño que quieran reformar la enseñanza de la historia, mirando solo lo que interesa al gobernante, mientras aseveran que Cuba no es una dictadura, que el comunismo ha sido benigno para la democracia y otras lindezas semejantes.
El saber es por naturaleza esforzado y no todos lo consiguen en modo eminente. Es elitista el sistema universitario, pero no debiera serlo con un elitismo económico o de sangre, sino de aptitudes y de esfuerzos logrados. Sin embargo, se tiende a perseguir a los profesores exigentes, reconviniéndoles, recompensando, en cambio, a los blandos que se quitan problemas regalando “sobresalientes”. Inflación de títulos y resultados que conducen al abismo de una general necedad. El abandono de la lectura, la inmersión en redes sociales donde la imagen, la cáscara es lo que cuenta, no está ayudando en este tránsito de una era a otra. Cuando más información disponible tenemos, cuando más medios, menos aptitudes se tienen para discriminar las noticias válidas y desdeñar las que no lo son, para seleccionar lo que es conocimiento de interés, y menos se mira con horizonte amplio, con profundidad. La filosofía se adormece asfixiada por una mascarada infectada de miles o millones de palabras o fotografías. La cultura va quedando sin cultivar si no es del modo más superficial y prescindible: mero pasatiempo.
Ilia Galán Díez, Profesor de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad Carlos III de Madrid.
✕
Accede a tu cuenta para comentar