Opinión

La vuelta a la normalidad

El sanchismo pretende dejar huella. Va a lo más profundo del sistema político, a las bases de convivencia. Su propósito es forjar una nueva era en España basada en la alianza entre el PSOE y los nacionalismos, incluso ERC o Bildu, que deje fuera del juego político a la derecha. Esto ha generado un sinfín de conflictos políticos y personales, de trincheras y extremismos, que está perjudicando lo más importante: la libertad con seguridad jurídica, y la confianza en el Estado democrático de Derecho. La Convención Nacional del PP es un esfuerzo por volver a la normalidad española y europea. Da envidia ver la campaña electoral y la resolución política en Alemania. Allí el SPD no levanta muros ni se alía con los extremistas que desprecian la unidad alemana ni el libre mercado. Tampoco Francia nos deja en buen lugar. Los partidos tienden al centro sin perder jamás el patriotismo, mientras aquí los comunistas partidarios de la autodeterminación campan en el Gobierno. Volver a esa normalidad es recomendable. Pablo Casado está cumpliendo su plan: devolver al PP a la lucha por el poder. Cogió un partido desahuciado, manchado por la corrupción y los errores, hundido en las urnas, acosado a izquierda y derecha por Ciudadanos y Vox, y siendo el pimpampum de la prensa izquierdista.

Lo prometido en el Congreso de 2018, aquel que ganó, se está cumpliendo: recuperar el orgullo de ser del PP, situarse en un centro-derecha con principios y valores, construir una alternativa creíble, y plantar cara a la hegemonía socialista. El elector no quiere saber nada de batallitas internas ni de rencores personales, esos que hacen las delicias del sanchismo y de Vox. Eso lo ha visto bien Casado. Lo primero era demostrar que el PP podía volver a ser la casa común de la derecha, y para eso abandonó la tecnocracia anterior y emprendió el camino liberal-conservador en 2019. La respuesta a la moción de censura de Vox, y los errores y el abandono de Albert Rivera, no compensados por una decepcionante Inés Arrimadas, fueron la clave. Hoy, dos de cada tres ex votantes de Ciudadanos se deciden por el PP de Casado. Una vez demostrado que podía liquidar a sus competidores de la derecha faltaba el reconocimiento interno, ese que da solidez a un liderazgo. Este ha sido el objetivo de la Convención Nacional. Era primordial que los españoles que no quieren que Sánchez permanezca ni un segundo más en La Moncloa tuvieran presente que hay una alternativa. Por esto los líderes regionales tenían que arropar al líder nacional, que no representa solo a una autonomía, sino a la diversidad de opiniones e intereses de todas las regiones. Un partido de gobierno - «de Estado» son los partidos comunistas en sus dictaduras- requiere que la sociedad vea que todo ese grupo humano confía en un líder y en su proyecto. Esa identidad sin fisuras, piramidal, es la que construye el liderazgo. Mostrar unidad y entusiasmo sensato es la única forma de transmitir a los electores una mínima confianza.

Porque la democracia se basa en el consentimiento, y sin el respaldo de su partido no hay credibilidad posible. Con la Convención, Casado encarna esa figura. A partir de ahí los populares tendrán que ponerse a trabajar en un proyecto identificable, capaz de dar una respuesta a todas las preguntas. Tienen que presentar soluciones liberales para el precio de la electricidad, el uso de la Historia, la defensa de la Constitución frente a los independentistas, la creación de empleo y la atracción de inversiones, los mantras feministas que discriminan al hombre y victimizan a la mujer, o el papel internacional de España, sobre todo ante las dictaduras en América. Solo así se podrá volver a la normalidad propia de una democracia asentada como la española, equiparable a las europeas donde los gobiernos no tienen tics totalitarios ni se abrazan a quienes solo trabajan para romper el orden constitucional.