Política

Obligados

El poder se cree omnímodo porque lo es, incluso en democracia

Hubo unas frases del ínclito Iván Redondo, en su comentada entrevista televisiva de la Sexta, de mucha miga. Vino a decir el exasesor, extodo monclovita: “¿Qué quedó del supuesto ‘escándalo’ por los indultos a los golpistas catalanes, de la vaticinada indignación civil…? ¡Nada! ¿Qué consecuencias tuvieron tales indultos? ¡Ninguna!”. Cuánta razón. Los spin doctors saben que hoy, sometida por la recesión económica, la información se ha sustituido por la “performance” y el poder usa técnicas de “management” para gestionar la rabia ciudadana circulante, que es fácilmente llevadera de una impudicia incómoda hasta la siguiente, menos peligrosa para quien manda. Así, aunque la castigada ciudadanía tiene motivos para la ira, se encuentra inmersa en una confusión tal que le resulta difícil concentrar la fuerza de su enojo en un solo frente, distraída como está entre tan variadas indignidades. La pobreza progresiva, además, es un gran disolvente capaz de desactivar cualquier respuesta ciudadana ante injusticias, iniquidades o desafueros. La gente está más preocupada por poder comer, calentarse, encontrar trabajo o sacar adelante a su familia que por actos que constituyen “un lujo” político, como protestar por unos indultos que se llevó el viento de los acontecimientos deplorables, de las noticias de actualidad, quitándolos pronto del escaparate, ocultándolos a la opinión pública, que tiende a olvidarse de lo que no le recuerdan constantemente en un mundo plagado de centros de atención ardientes. No, no quedó nada de la supuesta indignación ciudadana ante un hecho que ha dejado claro que no todos somos iguales ante la ley, porque vino el verano con sus olas de calor, subieron los contagios covidianos y la luz, apareció un volcán de nueve bocas que sigue rugiendo, devastando y asombrando al mundo desde La Palma… El poder se cree omnímodo porque lo es, incluso en democracia. Tuvimos al “Polisario” Ghali como demostración biológica de tal. Y, es verdad: nunca pasa nada. En nuestros tiempos convulsos, enfermizos y oscuros, más propios de la época de Trasímaco que de la posmodernidad, la justicia comienza a estar sospechosamente a menudo del lado del más fuerte. Trasímaco creía que la justicia es el medio que usa el fuerte para someter al que está obligado a obedecerle. Y “obligados”, estamos —y somos— la aplastante y aplastada mayoría.