Memoria histórica

Los últimos franquistas

Ellos a lo suyo. A marear la iconografía del Valle porque viven de negar la reconciliación que apuntaló la democracia

No acaba nunca la comedia en torno al Valle de los Caídos. El monumento brutal endulza una ley de memoria histórica diseñada para sacar de paseo a las momias al ritmo que marquen las encuestas. Quieren cambiarle el uso o volar por los aires un monumento erigido en los días del hambre con el dinero de las mordidas y el costillar y lomo de miles de presos. Franco prefería no enterrarse en Cuelgamuros, pero aspiraba a rivalizar con las pirámides de Keops en grandiosidad fúnebre. Nada explica mejor la barbarie totalitaria, ese tirón mesiánico, su estética monstruosa y dura como espejo terrible de una ética contrahecha, que los memoriales dedicados a las gestas y gestos de los dictadores.

Parece que el PSOE aspira a resignificar el mausoleo. Un proceso que suena a practicar una reconversión espiritual al granito. La clase de basura homeopática típica del sanchismo. Siempre pendiente del último numerito que llamaremos dadá por no decir gilipollas. Podemos, que sigue bajo el hechizo de sus múltiples trolas, que no tiene más motorcito que el fingimiento, reiteró su disposición a dinamitar la cruz y desplegar los cascotes por la explanada. Según leo en este periódico los populistas entienden que estaríamos ante «una reflexión sobre el triunfo de la democracia (por fin…) sobre la dictadura». Que alguien les diga que la democracia triunfó sobre la dictadura hace casi medio siglo. Aunque la explicación sea inútil. Lo que no puedes asumir cuando comparas la España de 2021 con la de 1975, no digamos ya con la de 1945, no lo comprenderás mediante el uso discrecional de la dinamita y las consignas.

Tampoco entienden que los restos arqueológicos no se aniquilan. Sobra con evitar que sirvan de homenaje a unas figuras o regímenes incompatibles con la sensibilidad democrática y la defensa de los derechos humanos. Ellos a lo suyo. A marear la iconografía del Valle porque viven de negar la reconciliación que apuntaló la democracia. Sólo así fortalecen su postureo. Esa querencia por las corrientes ideológicas más cainitas e infectas. Son nuestros últimos franquistas. Viven de Franco. No dejarán de exprimir la herencia.