Internet
Metamundo
Su cardiólogo se quejará desde Nueva York, pero tiene un buen seguro y, al fin y al cabo, las teleoperaciones le auguran 100 años de supervivencia sin grandes esfuerzos
El sujeto está obeso, no puede ser de otra manera. Tiene un piso pequeño, en el que no cabe una bicicleta estática, y no tiene ganas de salir de casa a andar. Podría montar un gimnasio en su gigantesco apartamento virtual y usar las gafas para entrenarse o bailar, pero le da pereza. Además, eso apenas tiene tirón social. Las chicas que va conociendo por internet prefieren ser invitadas a casas sofisticadas y sensuales, con divanes, pantallas panorámicas o ventanas a lagos inexistentes. Eso permite que los avatares de ambos se tumben a descansar o escuchar música y florezcan las conversaciones que lleven al cibersexo. Que ese sí es real, aunque sea por pantalla y con la máquina de autoestimulación.
Hace tiempo que la compra viene automáticamente derivada por la central de distribución alimentaria, que sigue las instrucciones de su nevera y congelador, a medida que se vacían. Tal vez debiera, eso sí, reprogramar el sistema y bajar las grasas e hidratos. La verdad es que tiene que reconocer que se distrae demasiado. Que, cuando termina el teletrabajo o las videoconferencias agotadoras, se dedica con pasión a los videojuegos o a eso de los viajes con las info gafas, que le permiten recibir detalles de los museos, calles o exposiciones que visita. También a recorrer las teletiendas, en busca de elementos de decoración y accesorios para mejorar la vivienda virtual. Y claro, entre tanto, come cosas calóricas e insanas.
¿Pero cómo va a uno a sudar en la soledad de su habitación, con un casco y unos oculus que te hacen jugar al tenis hasta la extenuación, si el avatar de la propia persona es sólo fruto de un clic? Le basta entrar en la tele peluquería o en telecosmética para diseñarse un alter ego musculado, alto, rubio, de voz grave, que descoyunta de placer a los avatares de las mujeres con las que trata. No, definitivamente no va a bajar las calorías del tele suministro. Al menos le quedan la lasaña congelada y las patatas fritas, tan reales y consoladoras. Su cardiólogo se quejará desde Nueva York, pero tiene un buen seguro y, al fin y al cabo, las teleoperaciones le auguran 100 años de supervivencia sin grandes esfuerzos. Es 2031 y, gracias a Mark Zuckerberg, vive en el mundo «Meta». Fuera hay pájaros que trinan y paisajes intactos, porque el tráfico ha disminuido radicalmente y es todo eléctrico y silencioso. Las ciudades inolvidables están vacías, con apenas una par de ricos deambulando por calles solitarias. Venecia, París y Nueva York son parques temáticos que se visitan en helicóptero. Al fin y al cabo, el teleturismo desde los hogares es mucho más perfecto y satisfactorio.
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