Valencia

Díaz nos explica cosas

El acto del pasado sábado en Valencia liderado por Yolanda Díaz afianzó la exhibición de un cierto feminismo que aspira a coartada infinita

El día que a la escritora Rebecca Solnit un hombre trató de explicarle en una fiesta un libro que ella misma había escrito nació el «mansplaining». En realidad, había surgido mucho antes. Probablemente con la humanidad y el reparto de roles por género (más o menos desafortunado según el momento histórico), pero no fue hasta 2008 cuando Solnit lo plasmó en un ensayo recordando la anécdota de aquella noche y habría que esperar a 2010 para que el «New York Times» lo coronara como una de las palabras del año. Ese fenómeno, esa condescendencia sutil, casi invisible que da por supuesta la necesidad de aclaraciones obvias corre el riesgo de expandirse, de ser emulada incluso por mujeres en sociedades occidentales. El acto del pasado sábado en Valencia liderado por Yolanda Díaz (al margen de la derivada de reanimación de la izquierda pos Podemos y de efecto mariposa de nervios socialistas) afianzó la exhibición de un cierto feminismo que aspira a coartada infinita: gestos que se apropian de una causa general y desvían la atención de las verdaderas carencias igualitarias que aún persisten. La almibarada reducción del liderazgo de las mujeres a un «buenrollismo» permanente, a una versión de «política bonita», además de presentar a los hombres como eternos aspirantes a «maquiavelos», elimina la individualidad de todas y cada una de las mandatarias que han desempeñado (y desempeñan) cargos de alta responsabilidad. ¿Qué comparten Angela Merkel, Cristina Kirchner o Kamala Harris? ¿Cuál es el nexo que une a Jacinda Arden, Indira Gandhi o Alexandria Ocasio-Cortez? La evidente trascendencia de la mujer en la esfera política no debería aceptar uniformes, ni permitir atajos ocultos detrás de una especie de fórmula magistral con virtudes supuestamente femeninas: como si solo hubiera una manera de ejercer la política siendo mujer, como si cada una no tuviera su propio estilo, carácter o ideología o, sobre todo, como si cada una no pudiera explicarse por sí misma. Menos mal que no es así.