Tribunal Constitucional

En el lodo

Queda pendiente la renovación del Consejo General del Poder Judicial, terreno no menos lodoso, por lo pronto lo es defender su despolitización y hacer de su bloqueo un frente más en la lucha política

Renovado ya el Tribunal Constitucional no está de más hacer algún balance, máxime si podemos deducir claves para otra renovación aún pendiente: la del Consejo General del Poder Judicial. Ese balance nos lleva a la realidad de la politización de los órganos constitucionales, y entiendo por tal su puro y duro reparto entre los partidos políticos según la lógica de la lucha por el poder.

Llevo ya demasiados años censurando esa politización. La última hace apenas unas semanas precisamente a propósito del Tribunal Constitucional. Me refería a que esa politización le lleva al descrédito y a que sus resoluciones no se ponderen por su valor y autoridad jurídica, sino a la censura o al aplauso al concebirse como la prolongación del juego de las mayorías parlamentarias.

Como digo, toca hacer balance de esa renovación lo que exige, al menos por esta vez, meterse en esa lógica a la que me refería, la de la lucha política, un terreno lodoso para los que con otra lógica y otros ojos –los del jurista– entendemos y vemos cómo deberían ser las cosas. En este punto, por cierto, no pido imposibles porque si se quiere se pueden hacer bien esas cosas: me remito al lúcido artículo de Pedro Cruz Villalón de hace dos semanas en El País. Recordaba cómo se gestó la elección de los primeros miembros del Tribunal Constitucional y lo contrastaba con esta última renovación. «El Tribunal Constitucional, ante el riesgo de la irrelevancia» así tituló el artículo, un título muy sugerente.

Ya metidos en ese lodo hemos visto durante semanas cómo a uno de los candidatos del Partido Popular se le crucificaba, hasta el punto de que diputados de los diferentes subgéneros de la izquierda dijeron que le votarían tapándose la nariz o montaron el teatrillo de ausentarse en el momento de la votación: así se cobraban esa «cesión». Sin embargo, el partido proponente no lo ha defendido. No le exijo enzarzarse en ese juego sucio, sí una mínima defensa del honor de su candidato. Contrasta tal algarabía con el silencio sobre un candidato «progresista» ubicado ideológicamente más allá de la izquierda y que parece haberle salido gratis al Gobierno.

Y adentrándome más en el lodo político, no entiendo a ese partido que dice que bloquea la renovación del Consejo General del Poder Judicial porque le proponen un candidato de extrema izquierda y acepta otro del mismo signo para el Tribunal Constitucional. Según leo en la prensa lo aceptó casi como mal menor porque el nombre de otros candidatos le «helaron la sangre», aunque tratándose de congelación, no sé qué difiere rechazarla si es a -20º y aceptarla a -10°. En fin, todo quizá responda a una lógica política cargada de maquiavelismo, una sabiduría que quienes somos de intelecto romo no llegaremos a captar.

Lo que sí puedo captar ya son otros aspectos que sin dejar de ser políticos tienen también alcance jurídico. Por ejemplo, tratándose de la renovación de un tribunal, luego de un órgano sujeto a reglas procesales, no entiendo que ese partido proponga a candidatos que ya le avisan sus enemigos que son recusables en procedimientos pendientes contra leyes de especial trascendencia y carga ideológica, algunos promovidos por el mismo partido proponente. Esto es absurdo.

Bueno, absurdo o no, porque ya enlodados y puestos a maliciar, cabe preguntarse sino lo hace a conciencia, por connivencia con esas leyes: se opone a ellas para quedar bien con buena parte de su electorado, las recurre al Tribunal Constitucional como gesto de rechazo, llega al poder y no las deroga pretextando que las ha recurrido; evita así que le tilden de reaccionario pero las salva llevando al tribunal candidatos que pueden ser recusados o, incluso, que pueden votar en contra de esos recursos que promovió.

Y queda pendiente la renovación del Consejo General del Poder Judicial, terreno no menos lodoso, por lo pronto lo es defender su despolitización y hacer de su bloqueo un frente más en la lucha política. Ignoro cómo y cuándo acabará, si habrá también pactos incomprensibles o maliciosos o constataremos una vez más que, con veinte miembros para nombrar, los jerarcas de los partidos vean huecos para satisfacer compromisos personales. Y dicho esto, salgo ya del lodo.