Pandemia

En la incertidumbre

«Solo la ciencia ha dicho y actuado como debiera ante esta crisis»

El más pesado de los equipajes es la incertidumbre. Y vivimos con ella. Sólo hay dos certezas en nuestras vidas, que algún día se acabarán, y que es imposible predecir ni cómo ni cuándo. A partir de ahí, o hasta ahí, todo puede suceder.

Alcanzamos cifras alarmantes en la incidencia de la Covid y, sin embargo, podemos estar ante el final de la pesadilla. Vivimos la más extraña Navidad que muchos recordamos, por la extensión imparable de la nueva variante del virus y puede que su propio carácter termine dando sentido a nuestros brindis por un año mejor.

Ya hace días que desde Suráfrica, donde se detectó la última y más voraz variante de la Covid, la Ómicron, llegan noticias de que se frena su velocidad de expansión. Sigue creciendo, pero en algunas zonas menos de la mitad.

Semanas atrás, los inmunólogos más optimistas –en esta ocasión también parece que los más lúcidos– advirtieron de dos rasgos singulares de esta variante que podrían suponer el cierre de esta crisis de manera natural: la velocidad de expansión y la levedad en sus manifestaciones. La ecuación tenía como solución que una vez convertida la ómicron en prevalente, y está ya a punto de alcanzar esa condición, terminaría inmunizando a toda la población, incluida la no vacunada, y quedándose entre nosotros como una gripe algo más incomoda, pero no más dañina.

Se diría que vamos ya en esa dirección. Que la incertidumbre, inevitable, podría estar empezando a jugar con cartas marcadas por la fortuna. La suerte de la biología.

Pero este futuro posible, hasta probable, no deja de ser una especulación fruto de la incertidumbre. No hay certezas de que esto vaya a evolucionar así. Y mientras, las armas que desenvainamos y los límites que tratamos de poner a este virus maldito no parecen tener más resultado que nuestra propia ruina. La política fracasa absolutamente, ahogada por su impericia y el miedo a concitar desafectos, y sólo cuando escucha de verdad a la ciencia ha tenido alguna posibilidad de éxito. Ha sido la ciencia la única que ha procurado una herramienta eficaz, la vacuna, y ésta ni siquiera nos ha permitido la ensoñación que todos acariciamos de pasear frente a la Covid con el escudo de intocables. Pero solo la ciencia ha dicho y actuado como debiera ante esta crisis que nos pilló de improviso y nos ha cambiado la vida.

El nuestra condición de humanos y vulnerables sólo la sabiduría de los científicos, sólo el conocimiento, el esfuerzo y la investigación de quienes conocen nuestra biología y se aplican en mejorar nuestra calidad de vida desde el estudio o los cuidados médicos, ha conseguido amortiguar los efectos de la pandemia, deshilachar algunos jirones de la incertidumbre. Las preguntas que se hacían y las respuestas que buscaban han sido nuestro bálsamo confortador.

Hoy solo ellos pueden mantener la cabeza alta, mientras la política naufraga entre el buenismo bienintencionado, pero ineficaz, las decisiones insensatas, los disparos al aire o a nuestros pies, o una inacción casi delincuente más fruto del temor a perder poder que de la conciencia de lo que es mejor para todos.

Quien mejor navega en la incertidumbre es quien se hace preguntas y busca respuestas, no quien afirma tener las respuestas a preguntas que nunca se ha hecho.