San Sebastián

«No a la turra»

La turra consiste en implantar medidas que ya tienen su asiento en la superstición, una cosa moral que penaliza la alegría.

En Podemos andan con el «No a la guerra» y yo invoco el «No a la turra». La turra es la brasa, es la moralización, es la exacerbación de las normas sanitarias que tenían sentido pero cada vez parecen menos razonables. Es que venga la OMS a decir que la pandemia seguirá mientras alguien muera por Covid, esto es que no terminará nunca. Es que lo diga la misma OMS que nos juraba en marzo de 2020 que lo de China era una gripe. La turra es estirar el chicle del miedo cuando la mortalidad por el virus es veinte veces menor que antes gracias a la bendita vacuna. Es que nos parezca bien que la abuela cene sola. Es no permitir que el nieto la abrace, es dejarla comer en la esquina de una mesa, es no poder ir a verla a la residencia creyendo que la estamos protegiendo. Es dejar a tu cuñada en la puerta de casa en Nochevieja después de dos años sin verla porque no tienes test de antígenos suficientes. La turra es lo que propicia que pueda salir el lehendakari Urkullu a pedir que en Navidades no se canten villancicos después de dos años de ruina, de tristeza, de distancia, de miseria, de enfermedad y de muerte. Es no poder abrazar, no poder besar, es pensar que depende de ti y que será tu culpa.

La turra consiste en implantar medidas que ya tienen su asiento en la superstición, es hablar de la gripalización mientras se mantiene la medida que obliga a un tipo a caminar solo por un parque con una mascarilla. La turra es la cosa moral que penaliza la alegría. Es que durante la celebración de las clásicas traineras, el Ayuntamiento de San Sebastián prohíba el uso de instrumentos de animación «especialmente los bombos», es que podamos ir detrás de una pancarta pero no detrás de una charanga. Es comportarse como si tristes contagiáramos menos. Es suponer que en San Sebastián los chavales pueden ir al cine, al gimnasio, pueden entrar a un estadio con 20.000 personas, pero no pueden salir a tocar el tambor todos juntos. Es suspender las tamborradas de adultos. La turra es la consagración de la tristeza hoy en día con una ocupación de las UCIS de un 25% cuando en mayo de 2020 se apilaban los cadáveres en los sótanos de los hospitales porque los de la funeraria estaban todos malos y pinchábamos «house» en las azoteas, horneábamos bizcochos con quinoa, nos pasábamos tablas de abdominales y chistes sobre el confinamiento.

Es sostener que a la hora de tomar medidas anticovid se elige entre salud y economía, como si mantener la empresas abiertas fuera cochina avaricia, como si los restaurantes cerrados no supusieran depresiones, infartos, alcoholismo, divorcios, locura y la caricia fría de las pistolas en las sienes. La turra es convencer a los ciudadanos de que este virus lo paramos entre todos, es siquiera decirle a la gente que el virus se puede parar. Es convencer de que el pasaporte covid, el toque de queda y la reducción de comensales por mesa sirven de algo sin constatar que las regiones que lo han implantado tienen las mismas tasas de contagios o más que las que no. La turra es generar chivos expiatorios entre la sociedad y que lleguemos a convencernos de que todo sucede por culpa de ese que va sin mascarilla, que se sentaba en las terrazas y que sacaba dos veces al perro. Es equivocar a las personas con la ilusión de que se puede hacer algo, o siquiera entender que se hacen cosas porque hay que hacer algo, como si se pudiera hacer algo que no sea seguir adelante y vivir, que ya es hora.