Opinión
La extraña «aurora boreal» de un 25 de enero
La candente actualidad provocada por la situación en Ucrania con el amenazante despliegue militar de Rusia en su frontera, remite a cualquier espíritu libre –en búsqueda de la verdad plena de la Historia sin sometimiento a prejuicios estereotipados– a lo sucedido en una pequeña y remota aldea portuguesa de nombre Fátima.
En conexión directa con aquellos acontecimientos, coincidentes con el triunfo de la revolución bolchevique de 1917, se encuentra lo sucedido en el declinar de la jornada de tal día como hoy 25 de enero en el año 1938. En esa fecha se producía un sorprendente y desconocido fenómeno astronómico, observado en gran parte del hemisferio norte, y al que los científicos –no sabiendo precisar su naturaleza– denominaron como una «extraña aurora boreal». El cielo se volvió de un color rojo de fuego como si sus llamas lo quemaran, provocando además una luminosidad impropia de la oscuridad de la hora, así como confusión y temor entre la población. Para verificarlo, basta remitirse a internet y observar cómo los periódicos de los días sucesivos en todos los países que lo contemplaron recogían el extraño fenómeno en portada destacada con grandes caracteres.
Desde Tuy (Pontevedra) también observó el extraordinario fenómeno Lucía, la principal testigo y única superviviente de lo sucedido en Fátima en 1917, ya como religiosa Dorotea. Anotaría en su diario: «Dirán que es una extraña aurora boreal, pero se equivocan… yo sabía que era la señal que la Virgen me había anunciado el 13 de junio de 1929 si no había conversión y no se efectuaba la consagración pedida de Rusia…», prosiguiendo: «Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la señal de que Dios va a castigar al mundo por sus pecados mediante la guerra, el hambre y persecuciones a la Iglesia… El Papa tendrá mucho que sufrir».
Este relato forma parte de lo que el mundo conoce como «los hechos de Fátima» reconocidos por la Iglesia, –aunque muy tardíamente–, como sobrenaturales y auténticos. Tendrían que pasar muchos años para que san Juan Pablo II, tras salvar su vida en el atentado sufrido el 13 de mayo de 1981 –fiesta de la Virgen de Fátima–, intentara efectuar en 1984 la consagración pedida años atrás. En 1938, tras la señal del cielo, se precipitaron los acontecimientos anunciados, y Hitler invadió y se anexionó Austria –el Anschluss– en marzo, para posteriormente hacer lo propio con los Sudetes de la República Checa. Se sentaban las bases políticas de la Segunda Guerra Mundial, que militarmente se desencadenaría al año siguiente.
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