Opinión

Un nuevo topless

España atardece como en una gigantesca toma de rehenes

Uno de febrero, mes chiquitito. Rosalía se ha aparecido desnuda en la portada de su nuevo disco y ya andamos a ver si Rosalía en pelota es izquierda o es fascismo. Ayer en Podemos pretendían que las mujeres pararan la ciudad enseñando los pechos y hoy le miden la falda a Chanel, la ganadora del Benidorm Fest. Todas las cosas toman de pronto un nuevo sentido. De un tiempo a esta parte, ir sin mascarilla es el nuevo topless. De momento, la ‘galactoprosa’ -columnas de tetas-, ocupan las tribunas como un género en sí mismo aunque es cierto que se escribe mucho de la teta de Rigoberta y muy poco de los huevos del Gobierno, dicho esto en sentido metafórico, como es natural.

Hoy se ha aprobado la prórroga de la mascarilla en exteriores y el Gobierno ha incluido en el Real Decreto Ley la paga de las pensiones y la contratación de médicos para que no le voten que no. Obligar a que se cubra un tipo por el parque es una cosa propia del chamanismo y en los países en los que no se ha usado la mascarilla, los contagios son los mismos que aquí o siquiera menos. Los pediatras dicen quede no verse las caras, los niños andan pensando en cortarse las venitas, pero si votas en contra de la mascarilla, estás dejando a los viejitos sin dinero para arreglarse la dentadura. Me quiero acordar de cuando en Sevilla después de una tarde de toros en La Maestranza, en la puerta del hotel un yonqui desdentado le pedía a Antoñete “algo pa’ comer”. En ese momento, ‘El Periquito’ se sacó la dentadura postiza, se la puso en la mano al yonqui y le dijo: “Toma, pa’ comer”

España es una gigantesca toma de rehenes. Mientras escribo al norte de Madrid, el cachorro duerme y a la vez persigue, come, ladra y mama… Quién sabe lo que soñará. Al norte de Madrid, el sol se pone sobre las encinas, brillante y fecundo como sobre un manglar de la Florida, pero todo -hasta el cielo-, resulta una quimera. Llegar a febrero sin carnavales de Cádiz es entrar en un mes en la UCI, en el diván y en el juzgado. Qué cuerdos éramos cuando estábamos locos.