Opinión
La sombra de Chamberlain es alargada
Siguiendo a De Gaulle, que en sus «Memoires de guerre» afirma que los franceses necesitan de las guerras para aprender geografía», parece que la actual situación en Ucrania está enseñando al común de los mortales no sólo geografía, sino también geopolítica y geoestrategia. Aunque es prudente no incurrir en una extrapolación excesiva, como sucede con la pandemia que, al parecer, ha engendrado científicos, virólogos y epidemiólogos, cual afloran hongos en el campo tras la lluvia. Pero sí es útil remitirnos a la Historia como «maestra de la vida» a fin de realizar un diagnóstico acertado de lo que sucede.
Apelar a ella como algo parecido a un «espacio vital» para Rusia en opinión de Putin, remite a similares apelaciones en la génesis de la última Guerra Mundial, con parecidas reivindicaciones para Alemania por parte de quien ya sabemos. Comenzó con el Anschluss de Austria y siguió con los Sudetes, para terminar con la política de «apaciguamiento» de Chamberlain, con sus conocidas consecuencias. Aunque no creo sea acertada una asimilación absoluta de ambas situaciones –sobre todo por la presencia actual del arma nuclear como elemento disuasorio– sí exige de un discernimiento riguroso, ponderando los riesgos y beneficios de una determinada respuesta a una eventual agresión rusa. Una pregunta básica a responder es si Occidente está dispuesto a ir a la guerra con Rusia por mantener la política de bloques de la Guerra Fría surgida del último y terrible conflicto mundial. O, si por el contrario, y ante la evidencia de una China como actual superpotencia también nuclear, es preciso ver en Ucrania una oportunidad para incorporar a Rusia como un gran estado tapón y neutral entre Occidente y China.
Hay quienes consideran que tratar a Rusia como enemigo inevitablemente conlleva echarlo en brazos de China, lo que no parece una solución tranquilizadora para el futuro. Si ya Occidente cometió el error histórico de asimilar la derrota de la URSS y el comunismo soviético en la Guerra Fría como si se tratase del hundimiento de la misma Rusia tras su desaparición en 1991, conviene no volver a repetir ahora ese error, despreciando la posibilidad de intentar convertir la actual situación en una oportunidad para remediarlo. La cuestión a dilucidar es si Putin aceptaría ese papel como contraprestación obligada para incorporar a Ucrania a modo de una especie de «estado libre asociado» contra la voluntad de los ucranianos. No parece fácil que ahora alguien acepte el papel de «apaciguador», pero alcanzar una alternativa satisfactoria para todos los actores en presencia no será sencillo sin realizar ninguna cesión. La sombra de Chamberlain es alargada en la Historia.