Religion

Del amor y la alegría: futuro para la paz y la familia

La familia, por el bien de todos y por el futuro de la sociedad, ha de ser objeto de atención y de apoyo decidido por parte de cuantos intervienen en la vida pública

“La alegría del amor” son las palabras que titulan la espléndida y lucidísima encíclica sobre familia del Papa Francisco que el próximo mes de marzo cumplirá el sexto aniversario de su publicación. Palabras claves siempre y para siempre, particularmente en estos momentos de gran tensión en Ucrania y Rusia, al borde de la guerra entre ellos y aún en todo el mundo; y también palabras clave en estos momentos en España tras las elecciones de Castilla-León donde se tilda a uno de los partidos de ser un partido de incitación al odio – ya duele la cabeza de oír tan pertinazmente la cantinela de tal acusación no probada a este partido y no a los propios socios que han asesinado, extorsionado y provocado tanto odio, dolor y tristeza. Del amor surge la alegría; amor y alegría cambiarán el mundo. Ahí está el futuro, máxime si se aplica a la familia, futuro verdadero de la humanidad. El futuro de la humanidad y del mundo, de la paz y de la superación del odio se fragua en la familia y pasa a través de ella, porque es el ambiente fundamental del hombre y fermento de progreso humano y moral. El bien del hombre y de la sociedad está profundamente vinculado a la familia. A ella debe la sociedad su propia existencia. Es una exigencia fundamental e imprescindible salvar y promover la verdad que constituye y en la que se asienta la familia, así como los valores y exigencias que ésta presenta. Todos los pueblos y naciones de la tierra son deudores de la institución familiar, verdadera medida de la grandeza de una nación, del mismo modo que la dignidad del hombre es la auténtica medida de la civilización y de una genuina cultura que haga justicia a la verdad y grandeza de la persona humana y su vocación. La familia es el primero y más importante camino de la humanidad. Es un camino del que no puede alejarse ningún ser humano.

Si hay que hablar, por ello, de una renovación o de una regeneración de la sociedad humana, y también de la misma Iglesia, hay que comenzar por la renovación, regeneración, fortalecimiento y consolidación de la familia, asentada sobre el matrimonio único e indestructible, entre un hombre y una mujer, abierto a la vida, institución fundamental para la felicidad de los hombres y la verdadera estabilidad social, para la convivencia y la paz. Esperar una renovación y regeneración de la sociedad en sus valores sin una profunda renovación de la familia constituye un espejismo o una quimera sin base. Por esto mismo es necesario luchar y hacer lo imposible para que la familia no sea suplantada ni debilitada por nada ni por nadie, ni por falsas concepciones ni por intereses o políticas que no amparen y salvaguarden su verdad, ni por otros tipos de uniones que la suplantan y que no hacen justicia a lo que es la familia en su misma entraña. Esto lo requiere no sólo el bien privado de toda persona, sino también el bien común de toda sociedad, nación o Estado de cualquier continente.

Nos encontramos en unos momentos cruciales para el futuro de la familia. Se requiere no sólo el fortalecimiento interno y espiritual de la familia, sino también una política adecuada y verdadera que favorezca la familia tanto en los aspectos económicos y sociales como en los jurídicos e institucionales; tanto en lo que se refiere a la necesaria formación humana y moral de la adolescencia y juventud, como en lo que se refiere a la previsión y servicios sociales, vivienda, tratamiento fiscal, condiciones necesarias para propiciar el ejercicio de la maternidad y la educación de los hijos. La sociedad tiene la responsabilidad de apoyar y vigorizar la familia, y su fundamento que es el matrimonio único e indisoluble entre un hombre y una mujer, abierto a los hijos y empeñado en su educación. La misma sociedad tiene el inexorable deber de proteger y defender la vida, cuyo santuario es la familia, así como dotar a ésta de los medios necesarios -económicos, jurídicos, educativos, de vivienda, trabajo- para que pueda cumplir con los fines que le corresponden a su propia verdad o naturaleza, y asegurar la prosperidad doméstica en dignidad y justicia. Así mismo ha de garantizar los derechos de los hijos a nacer, crecer, educarse en el interior de la familia en el sentido indicado.

Desde los diversos sectores de la vida social hay que apoyar, por tanto, el matrimonio y la familia, facilitándoles todas aquellas ayudas de orden económico social, educativo y cultural que hoy son necesarias y urgentes para que puedan seguir desempeñando en nuestra sociedad sus funciones insustituibles, incluso creando el ambiente social y cultural que proteja a la familia y la fortalezca en su verdad más propia. La familia, por el bien de todos y por el futuro de la sociedad, ha de ser objeto de atención y de apoyo decidido por parte de cuantos intervienen en la vida pública. No ayudar debidamente a la familia constituye una actitud irresponsable y suicida que conduce a la humanidad por derroteros de crisis, deterioro, destrucción y corrupción de graves e incalculables consecuencias. Algunas posiciones están jugando con fuego, y ya nos estamos quemando. La Iglesia, por amor y servicio al hombre al que se debe, a través de los Papas, de los Obispos, proclama y defiende a tiempo y destiempo el Evangelio de la familia, y denuncian en ocasiones, algunas de esas posiciones que tienen que ver con muchos aspectos: con la verdad del hombre y de la mujer, con lo que es el amor y el matrimonio, con lo que es la verdad y la grandeza de la sexualidad, con lo que es la vida y las fuentes de la vida, con lo que es la dignidad de la persona humana, con lo que son las exigencias de justicia social, y con tantas y tantas cosas que señala en su magisterio.