Partido Popular
Contracorriente
Las tensiones y las agitaciones del debate público, con sus últimas precipitaciones y urgencias, se van difuminando
Sigue, a veces, el calendario sus propios dictados caprichosos. Fechas que se cruzan, efemérides que convergen y fijan conexiones para convertirse en referente, en guía o transformarse en ejemplo a modo de recordatorio. Abruma, por el peso histórico, la comparación en la que inciden estos días expertos geopolíticos sobre los ecos de 1939 a cuenta de la escalada imperialista de Putin en Ucrania y que sitúa al mundo al borde de una contienda de tales dimensiones. Matizada, eso sí, por las peculiaridades del siglo XXI y sus formas híbridas, evitaremos imágenes de tropas tomando capitales europeas, aunque las consecuencias cibernéticas y económicas evoquen escalofríos pretéritos. Los aniversarios, en fin, juegan en ocasiones con la realidad y la casualidad ha propiciado que sea un 23-F otra jornada de inflexión en la política española, escenificada en una sesión más de despedida que de control en el Congreso. Sin establecer más paralelismos de los necesarios con aquella coyuntura (porque no los hay), las tensiones y las agitaciones del debate público, con sus últimas precipitaciones y urgencias, se van difuminando y anhelan una nueva era en el PP. Las voces que han mantenido la calma en la vorágine de crispación y han apostado por los cauces democráticos, los ritmos y los cánones de los órganos de las formaciones van «in crescendo» y encuentran en la canalización de la situación el mejor resorte para frenar cualquier atisbo de inestabilidad y perfilar ya el diseño del futuro. Inmersos en un magma ambiental, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, abonado al vértigo persistente y en el que las generaciones políticas se evaporan, los susurros populares suenan cada vez más a unidad y a solidez. A contracorriente de la pulsión irresponsable que agita los tiempos vigentes, reivindican la legítima aspiración de un partido a impulsar su recomposición y a prolongarse, como si dijeran a lo Casablanca a comienzos de la Segunda Guerra Mundial: «El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos». Políticamente, claro.
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