Ucrania
La decadencia de Occidente
El foco informativo que para nosotros ha estado protagonizado por la «guerra en el seno del PP durante la última semana, ha dado el relevo en la atención y preocupación generales, a una auténtica guerra en Ucrania, provocada por Rusia y que no parece una mera «incursión técnica militar» como dijo Putin, sino una invasión en toda regla. Parece claro que el líder ruso está decidido a restañar el honor del alma rusa herida por el colapso de la URSS, y que significó el desmembramiento y pérdida de una parte significativa del imperio soviético, no nacido de la revolución bolchevique, sino heredado –en su mayor parte– del preexistente imperio zarista por los comunistas. Así fue la década que se extiende desde la implosión de la Unión Soviética –el 8 de diciembre de 1991– hasta la llegada al poder por parte de Putin. Ahora él está aprovechando la situación actual de Occidente, liderado por unos EEUU con un presidente Biden que ha salido de Afganistán en una auténtica desbandada que refleja unos valores tibios y débiles por los que no está dispuesto a combatir. Rusia no pertenece al bloque mundialista con los valores de la Agenda 2030 –llamativamente gestionada en España por el secretario general del PCE– y de la ideología de género, promovida por un ministerio también en manos comunistas, precisamente por haber conocido ya esa experiencia en su etapa comunista anterior.
Mientras esto sucede, China está observando con singular atención lo que ocurre en Ucrania porque, en función del desenlace del conflicto, Taiwán puede ser la siguiente pieza en caer del tablero geopolítico mundial en sus manos, y con Corea del Sur en el horizonte. Para entender bien lo que sucede ahora, es muy recomendable repasar el discurso de Trump de julio de 2017 en Varsovia, ante el monumento que conmemora el levantamiento de los polacos contra los nazis. Consciente de no ser políticamente correcto –y de no pretenderlo–, también me parece aconsejable introducir la variable «Fátima» en la ecuación del problema actual para intentar resolverlo y, en todo caso, poder discernir con acierto lo que sucede como un auténtico «signo de los tiempos». Sin esa variable, no es explicable ni la caída del Muro de Berlín, símbolo de la Guerra Fría, ni mucho menos la caída de la misma URSS, y ello sin cruzar la OTAN y el Pacto de Varsovia ni un solo disparo entre sí. «Sólo se defiende lo que se ama», y Europa parece no amar y renunciar a «los valores que la hicieron grande entre las naciones, y benéfica su presencia en el mundo».
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