Guerra en Ucrania

Pobre hombrecillo maldito

Con la piel tersa pero el corazón arrugado. Un varón pequeño, de metro setenta, que pretende ser inmenso y cabalga con el torno desnudo caballos sobre los que sueña ser un nuevo Gengis Khan

Oigo la voz de Vadria dolorida, pero firme. Lleva una semana en el club del novio, que ha abierto su local subterráneo de Kiev para que la gente se refugie. Cuando suenan las alarmas se acurrucan unos contra otros. Hay un niño, un crío de cinco años. «Y al que escandalizare a uno de estos pequeños, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo hundieran en el fondo del mar» (Mat 18,6). Yulia Grinchuk tiene la voz algo más ronca al teléfono. Ha huido de la capital a un pueblo del oeste. Los espónsores internacionales de esta joven modelo rubia le han ofrecido amparo en el extranjero «pero no se abandona la patria cuando la invade el enemigo». En la casa de campo conviven tres familias. «Mirad que no despreciéis a uno de esos pequeños, porque en verdad os digo que sus ángeles ven de continuo la faz de mi Padre, que está en los cielos, y el Hijo del hombre ha venido a salvar lo perdido» (Mt 18, 10-11) Y luego está Igor, con la voz cazallosa y enfadada. Vive en Chernovtsi, en el sur de Ucrania. «¿Armas? Tengo de todo. A mí no me mueven de aquí, a ver ¿Qué haría usted si entran en su país?» Repite los relatos que se cuentan de casa en casa. El de la vieja que ha envenenado a los rusos que buscaron algo de alimento en su casa. Para Igor parece la parábola de Lucas 15, 3. «¿Quien habrá entre vosotros que, teniendo cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no deje las 99 en el desierto y vaya en busca de la perdida hasta que la halle? Se regocijará por esa más que por las 99. Así es la voluntad de vuestro Padre, que no se pierda ni uno solo de estos pequeñuelos» (Mt 18, 13-14). Lejos, lejos de Kiev y de Chernovtsi, más allá de Odesa y de Crimea, todavía en las estepas rusas, hay un hombre viejo que aparenta ser joven. Con la piel tersa pero el corazón arrugado. Un varón pequeño, de metro setenta, que pretende ser inmenso y cabalga con el torno desnudo caballos sobre los que sueña ser un nuevo Gengis Khan. Ay, de él. Porque «si tu mano o tu pie te escandaliza, córtatelo, que mejor está entrar en la vida manco o cojo que con manos y pies ser arrojado al fuego eterno» (Mt, 18, 8-9)

Cuando cuelgo el teléfono me queda una nostalgia de Vadria, pena por Yulia, un despecho por Igor. Pero terror pánico, espanto por lo que le viene, asombro por las penas que le esperan, sólo me queda por Putin. Ese pequeño hombrecillo.