Educación

Calidad educativa en el Sanchismo: para mis hijos, sí; para los demás, no

Este nuevo desarrollo normativo de la Ley Orgánica de Educación consagra la mediocridad y la igualación por abajo

No es desconocido que los altos dirigentes de la izquierda prefieren escolarizar a sus hijos en colegios privados de élite. No se distinguen por practicar lo que predican, quizá porque son plenamente conscientes de que la ingeniería social que pretenden llevar a cabo en los centros educativos públicos, les sería muy beneficiosa para sus objetivos políticos, pero calamitosa a efectos de proporcionar una formación sólida. Así, están dinamitando el papel de la educación como ascensor social y la igualdad que tanto predican, porque en esta deriva los alumnos con menos recursos son necesariamente los más perjudicados.

¿Dictados? ¿Para qué? ¿La regla de tres? Valiente tontería ¿Las conjugaciones verbales? Irrelevantes ¿Los números romanos? ¡Menuda antigualla! Da igual que todos estos contenidos sean eficaces para ejercitar la mente y fijar conocimientos, porque lo que importa es el «aprendizaje socioemocional». El Real Decreto de currículo de Educación Primaria, recién aprobado por el Gobierno sanchista, prescinde de estos y otros saberes básicos a conciencia. El objetivo último es fabricar ciudadanos poco formados y manipulables. De este modo, la cruzada contra la calidad de la educación, que arrancó con la LOMLOE, sigue avanzando implacable, ahora en el terreno especialmente sensible de las enseñanzas que reciben los niños de 6 a 12 años.

El decreto es consecuente con el axioma acuñado por la anterior ministra de Educación («Los hijos no son de los padres») y conecta directamente con la histórica vocación de la izquierda de ejercer una férrea tutela social en todos los órdenes de la vida. Ahora que acabamos de celebrar el 8 de marzo, no está de más recordar el alegato de Victoria Kent –diputada republicano-socialista y, posteriormente, del Frente Popular– en contra de la concesión del derecho de sufragio a las mujeres con el argumento de que no iban a votar lo correcto. Así es el buen «progre», siempre está dispuesto a pensar y decidir por los demás, con el objetivo de imponer las únicas ideas que considera aceptables: las suyas.

De modo que lo que está en juego en el currículo de Primaria va mucho más allá de la supresión de unos determinados contenidos; es, sobre todo, una cuestión de principios. Porque este nuevo desarrollo normativo de la Ley Orgánica de Educación consagra la mediocridad y la igualación por abajo al eliminar las calificaciones numéricas, al tiempo que llega cargado de un peligroso sesgo ideológico. Las palabras «perspectiva de género» aparecen 30 veces, «diversidad» 97, «igualdad» 60, «sostenible» 88 y «ecosocial» 24. Por el contrario, «suma» 8 veces, «dictado» 0 y la «memoria», esa facultad del cerebro que tanto utilizan los buenos estudiantes, 0 veces. Además, en su redacción se ha evitado la mención expresa al terrorismo y a sus víctimas, que sí estaba recogida en los desarrollos curriculares de la Ley Wert. Pese a que el propio Ministerio del Interior había solicitado la inclusión de esa referencia, la petición ha sido clamorosamente ignorada y el currículo se limita a hablar de la «cultura de paz y no violencia». ¿Les suena? De aquellos polvos –Zapatero y su «ansia infinita de paz»–, vienen buena parte de los lodos del sanchismo. Ya conocemos de sobra ese pacifismo de izquierdas que ahora se quiere llevar a las aulas y que tiende a confundir, demasiado a menudo, la paz con el apaciguamiento. Lo estamos viendo estos días en las soflamas de las ministras Belarra y Montero: no al envío de armas a Ucrania, mejor quedarse de brazos cruzados y arrodillarse ante la cruel invasión de un estado europeo.

Por otra parte, el currículo de Primaria ha sido contestado por el mismísimo Consejo de Estado (por su «excesiva complejidad y abstracción» y su redacción «poco clara»), y por el Consejo Escolar del Estado, que se muestra abiertamente disconforme ante el hecho de que, por primera vez en la historia, no se detallan los contenidos que han de aprender los alumnos. Eso sí, los mantras de siempre están servidos: en Ciencias Sociales y Naturales se establece el objetivo de «empoderar» a los alumnos como «agentes del cambio ecosocial». ¿Significa eso que van a aprender más y mejor estas materias? Ni mucho menos. Más bien se pretende convertir a los niños y jóvenes en pequeñas réplicas de Greta Thunberg. Por supuesto, tampoco falta en el currículo la enseñanza de las matemáticas desde una «perspectiva socioemocional» para ayudar a los alumnos a gestionar sus sentimientos. Delirante.

Frente a este cúmulo de despropósitos, en la Comunidad de Madrid estamos ya articulando una respuesta enérgica y sensata. Así, aprovecharemos que a los gobiernos regionales nos corresponde la elaboración del 40% de los currículos de Primaria para recuperar y proteger los aprendizajes suprimidos. Esas serán nuestras armas: una buena ración de dictados, regla de tres, conjugaciones y números romanos, para atajar esta ofensiva sectaria y destructiva y, sobre todo, para defender la verdadera igualdad de oportunidades de los alumnos, antes de que el sanchismo deje la educación –especialmente la pública– convertida en un solar.