Opinión

Huir en bici

Sobre el asfalto ennegrecido por la pólvora yacenlos dos, cada uno apuntando desde el suelo, como dos agujas de reloj, ya para siempre imposibles. Las nubes van a lo suyo, pasando del blanco al negro, casi rozando las pocas farolas, guardianes mudos que sólo presencian la escena. No alumbrarán nada por mucho tiempo, tampoco los cables de teléfono intercambiarán palabras desde la distancia. Los hijos no llamarán a sus padres antes de acostarse, ni las novias a sus hombres con la impaciencia del amor ni se cerrarán negocios para rellenar el porvenir. No parece haber futuro sobre ese puente desmembrado a las afueras de Kiev donde las bombas rusas hace ya días que han sembrado la capital con los granos de la muerte y el silencio. El cuerpo,con las manos contra el suelo y la cabeza tapada por una capucha, roto como un muñeco lanzado por un niño cabreado. La bicicleta esperacomo una vaca muerta panza arriba, sin posibilidad de levantarse más, absurda en su mecanismo sin equilibrio. ¿Cuántas mañanas habrán estrenado ambos en paseos por el campo? A lo mejor ninguna, porque se la dejaron en un último instante sin otra opción mejor para salir de la ciudad. No le sirvió de mucho, sólo para acabar en las páginas de varios periódicos donde sus lectores, incrédulos, se asoman a la guerra al amanecer mientras dan sorbitos a un café hirviendo, con el mismo interés de las cosas secundarias y subalternas. Desinteresadamente, pensando ciegos que nunca acabarán como ese tonto que quiso escaparde las garras de Putin montado en una bici amarilla. A quién se le ocurre, sólo a un desesperado. Al fondo, unas grúas y unas casas de ladrillo a medio construir ofrecen a la barbarie sus huecos oscuros, como panales vacíos que no se llenarán jamáscon los llantos y las risas que forman a una familia, como nuestro futuro, negros en la inmensidad de la barbarie, sin luz ante la conciencia del mañana.