Opinión

Tormentas del Sáhara

El sector del transporte, estratégico para el normal funcionamiento de la economía y la vida de un país, está en huelga en España desde hace diez días, provocando paros en cascada en muchos otros sectores productivos, así como en empresas y locales de todo tipo, al carecer de las provisiones necesarias para desarrollar su actividad.

Pero, por si ese paro no ocasionara suficiente quebranto de la normalidad en el conjunto del país, ahora se le superpone una crisis netamente política provocada por Sánchez al haber decidido sin hablar ni dialogar nada –ni con sus socios de Gobierno, con sus aliados parlamentarios ni con la oposición– modificar radicalmente la postura española respecto del Sáhara, que conviene recordar data de la Marcha Verde de 1975, aprovechando la frágil situación de España, con Franco moribundo en La Paz.

Así, Sánchez ha tratado una cuestión muy sensible de nuestra política exterior con una frivolidad que hace daño a nuestra relación con el Reino de Marruecos y, de paso, con Argelia, y convierte en un problema político grave lo que debiera haber servido para una normalización e impulso de nuestra relación bilateral con nuestro vecino del sur. En este caso, las inapropiadas formas utilizadas llegan al extremo de carecer de ninguna información respecto a la cuestión, que ha sido conocida a través de Marruecos, hecho insólito ante una decisión como la adoptada.

Tal parece que el clima se anticipó a esta noticia, con esa tormenta de polvo del Sáhara que días atrás cubrió gran parte del país, como preludio de la actual tormenta política, también con el desierto como protagonista. Conocida la proximidad de sus socios y aliados hacia el Frente Polisario, no debe extrañar el rechazo con el que han acogido la novedad, expresado por todos sus portavoces, pero resulta curiosa que esa crítica no vaya acompañada de las dimisiones de sus puestos en el Gobierno –o de su cese por el presidente– por parte de los ministros y ministras podemitas. Días atrás ya vivimos una situación parecida con el envío de armas a Ucrania, que enfrentó a miembros del Consejo de Ministros con su presidente. Ahora, la vicepresidenta Yolanda Díaz lidera la protesta, pero en política la discrepancia en su caso solo tiene eficacia y validez si va acompañada de la correspondiente dimisión del órgano colegiado que ella vicepreside, porque esa es una decisión que afecta al Gobierno de Sánchez. Parece que esta izquierda tan progresista le ha cogido gusto a los cargos, y el verbo dimitir no se conjuga entre ellos. Sin duda, están más cómodos en su zona de confort ministerial. En el Sáhara hace frío por la noche.