Guerra en Ucrania
La «larga lucha» en Ucrania
El conflicto ha demostrado la irrelevancia de España. No nos sentamos en la mesa de los grandes
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, pidió ayer a Occidente que se prepare para una «larga lucha» en Ucrania. La realidad es que no sabemos si uno de los presidentes más incompetentes de la historia estadounidense acierta con esta predicción. Hasta el momento no ha tenido ningún acierto y todo parece indicar que ahora sucederá lo mismo. El pueblo ucraniano ha provocado una de las mayores olas de solidaridad que se recuerdan y Zelenski ha pasado de ser un cómico que suscitaba escepticismo a convertirse en un líder con una proyección mundial. Es evidente que Ucrania gana la guerra mediática en la Unión Europea, la zona más rica del mundo y menos predispuesta a participar en conflictos bélicos. Otra cuestión distinta son los aliados de Putin que quieren superar el sistema internacional de la posguerra y rechazan los planteamientos de estadounidenses y europeos. Desde el primer momento he tenido claro que el presidente ruso no estaba aislado, ni en el interior ni en el exterior, y he dudado que fuera tan ingenuo e inexperto como para pensar que una acción relámpago le iba a permitir ocupar el país, deponer al gobierno y poner un régimen títere.
La Ucrania de 2022 no es la Polonia de 1939, pero, además, el esfuerzo militar ruso no tiene nada que ver con el despliegue de la Wehrmacht de Hitler. ¿Se puede conquistar un país tan grande como España con alrededor de 200.000 soldados? ¿Es posible un ataque relámpago tan rápido y demoledor que permita una victoria de estas características? La realidad nos muestra que no. Los ucranianos estaban avisados desde hacía tiempo de la intención rusa de intervenir militarmente, aunque la duda era si sería una acción para asegurar solo la zona prorrusa o se extendería al conjunto del país. Por tanto, su ejército no fue cogido desprevenido y, además, estaba motivado porque hay un profundo sentimiento antirruso, que se transmite de padres a hijos, en una parte de la población. Es algo que conocía muy bien Putin antes de tomar la decisión más arriesgada de su carrera política. Tras provocar una destrucción impresionante, el ejército invasor se va a centrar en la zona del Donbás que es estratégica para Rusia y donde se concentra una parte importante de la población de origen ruso.
Es posible que tengan razón los que señalan que la operación ha sido un fracaso, aunque conociendo la historia rusa me resulta un planteamiento excesivamente optimista. Hasta el momento ha conseguido objetivos importantes como son la consolidación de la ocupación de ese territorio, impedir que Ucrania se incorpore a la OTAN y la UE y provocar una destrucción muy importante del país. A estas alturas es evidente que lo ha conseguido. Las otras interpretaciones son especulativas. En cualquier caso, las consecuencias son enormes para los ucranianos. Es una catástrofe humanitaria y económica de enormes dimensiones. La propia diáspora con millones de ucranianos que han tenido que abandonar sus casas es terrible.
No me importa ser impopular o recibir críticas. Las democracias occidentales tendrán que reflexionar sobre los errores cometidos al crear falsas expectativas ante una posible incorporación de Ucrania a la OTAN y la UE. Por supuesto, Putin es el único responsable porque ha perpetrado una agresión injustificable. Tras la ocupación de Crimea era evidente la posición rusa. Es cierto que es injusta, porque un país soberano no puede ser mediatizado. Estados Unidos, la OTAN y la UE no estaban dispuestos a ningún sacrificio para defender la integridad territorial de Ucrania. Por ello, era una temeridad provocar al autócrata del Kremlin salvo que se hubiera estado dispuesto a desplegar un importante contingente militar. Putin tiene un enorme desprecio por los débiles aliados de Zelenski, porque sabe que le darán armas de poco valor, dinero y acogerán a los refugiados. No puede esperar nada más. Es verdad que el líder ruso podría extender el conflicto sin ningún remordimiento. Es bueno tener presente que es un producto de la Guerra Fría y un heredero del imperialismo zarista y soviético.
El conflicto ha demostrado la irrelevancia de España. No nos sentamos en la mesa de los grandes, aunque no sirva de nada, y la razón es tan evidente que no puede ser escondida por la propaganda gubernamental. Los esfuerzos por mostrar a Sánchez como un líder mundial se han convertido en un despropósito y parece que sea un fan a la búsqueda de un autógrafo o un selfi de Biden. Este Gobierno no es un aliado cómodo, porque tiene en su seno a los comunistas y antisistema de Podemos, profundamente antiestadounidenses, y sus aliados parlamentarios son los independentistas y los herederos de ETA. No es una buena tarjeta de visita para Sánchez, que tiene una gran vocación por la política internacional con el fin de olvidar los sinsabores de la interna.
Ni tenemos el peso de Francia, Gran Bretaña, Alemania o Italia ni tampoco somos útiles en un escenario político y militar que nos resulta muy alejado de nuestros intereses e historia. Nuestra economía es muy frágil y somos los principales pedigüeños en la UE. Necesitamos una ayuda que realmente es un rescate encubierto y el conflicto bélico nos ha permitido tapar nuestras miserias. No hay que ser un fino analista para entender que nuestras miserias, como la crisis política e institucional o el inquietante endeudamiento, hacen que no despertemos ningún interés en Biden. No es la España de González o Aznar que tenía un mayor peso internacional. La última oportunidad de Sánchez es la presidencia de turno de la UE y por ello dudo que convoque unas elecciones que le impedirían conseguir ese capricho monclovita.
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