Política

Tres almuerzos en nombre de Sánchez y Abascal

Hay pirotecnia política que exige tal finura en su manejo que es difícil que entre una clase política acostumbrada a la brocha gorda no acabe en un efecto bumerán

Hay movimientos no institucionalizados, con agentes que actúan de interlocutores, entre el Gobierno y nombres muy próximos a Vox. No tienen cargos orgánicos, pero no los necesitan, y para la función que hacen son más útiles sin ellos. Ya se han celebrado tres almuerzos, con dos representantes de cada parte, por lo que puede entenderse que más que en la fase de tanteo lo que hay es el reconocimiento de que hay margen para explorar puntos de conexión. El más evidente, sin duda, es el desgaste del Partido Popular. Tampoco puede decirse que estén inventando nada porque la misma pinza funcionó también en la sombra en un primer momento entre el Gobierno de Mariano Rajoy y aquel Pablo Iglesias que, entonces, estaba en la oposición.

Justo en paralelo la izquierda se ha dado cuenta de que quizás la mejor o única vía que tienen para poner sordina al eslogan de la derecha de que el Gobierno=ruina pasa por resucitar la bandera del PP=corrupción. Y a ello se ha puesto toda la carpintería discursiva de la Moncloa y la fontanería de las «alcantarillas» del poder. Veremos cómo en el discurso del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y de todos sus ministros, cada vez suena más esta ecuación, pero para disparar directamente contra el nuevo líder popular, Alberto Núñez Feijóo, aunque el foco esté puesto en las Administraciones madrileñas del PP.

Para que el mensaje pueda llegar a calar está ensayando ya la orquesta que toca siempre la música que mejor baila el presidente del Gobierno, y con la que creen que más rápido pueden segarle el camino al líder de la oposición. Mientras, las denuncias contra ellos son sepultadas por jueces y medios de comunicación. Y nombres de empresas vinculadas al poder socialista se quedan en las páginas de los escritos de las denuncias que llegan al Fiscal Anticorrupción.

No harían mal en mirarse en el espejo de su admirado Macron porque resulta que uno puede jugar a ser estadista o fiscal de la presunta corrupción de los demás, pero la gente acaba votando con la mano metida en el bolsillo, vacío. Y Vox no sólo puede comerle terreno al PP, sino también a un campo abonado por la izquierda, pero que ha dejado de creer en ella porque no llega a fin de mes. Hay pirotecnia política que exige tal finura en su manejo que es difícil que entre una clase política acostumbrada a la brocha gorda no acabe en un efecto bumerán. El discurso de que cada vez hay que confiar menos en la derecha tradicional olvida que el refrán también es aplicable a ellos.