Política
Y no pasó nada
El auge de Vox, y en Francia de Le Pen, constatan que hay mucha gente que quiere que le hablen claro
Ya pasó el trago y no fue tan traumático como algunos vaticinaban. El comer y el llorar, todo es empezar. No se ha visto, después de la alianza de Mañueco con Vox, al menos que haya trascendido, que el diablo convocara aquelarres en algunas plazas del antiguo reino. La izquierda no tiene realmente «miedo» a Abascal, no ya por lo que pueda hacer el líder de la derecha-derecha, sino porque una vez que pactó con Bildu qué puede temer un socialista de un hombre que monta a caballo. O sea, que hoy las vacas siguen pastando y no volando.
La peor ley que se tramita en España llega del otro lado, de Podemos, la llamada ley trans. Por estar contra ella, cesó Amparo Mañés, la jefa de Igualdad de la Universidad de Valencia. Su pecado, expresar que la mujer «es la hembra humana». Una afirmación totalmente equivocada, pues para Irene Montero es mujer quien quiera serlo. Va ser que la izquierda se va a romper no por la reforma laboral o el ingreso mínimo sino por el origen de la entrepierna.
Mañueco mantendrá la Ley de Violencia de género, más que nada por una cuestión práctica. Si la hubiera derogado estaría en el saco de los tildados por machistas, a sabiendas, como a sabiendas la defiende el propio presidente del Gobierno, que rompe el sagrado principio de igualdad y de que no está dando el resultado que este atropello esperaba. O sea, que se llega a un punto que rebasa la legalidad para nada, solo para que crean que están haciendo algo cuando en realidad no pasan de convocar unos cuantos minutos de silencio. Los asesinatos de mujeres nos siguen dejando atónitos y tristes.
El auge de Vox, y en Francia de Le Pen, constatan que hay mucha gente que quiere que le hablen claro y que no haya tanta distancia entre lo que en realidad son sus vidas y lo que le cuentan los políticos. Así empezó el 15-M. Vox, sin embargo, aún no es creíble porque lleva un día gobernando y no ha rendido cuentas. «La peste verde», ha dicho Igea, que, por lo visto, ya no se huele a sí mismo.
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