Francia

Con el voto entre los dientes

Son gentes que se desquitan contra unos tipos que les fríen a impuestos mientras les abruman con cuestiones como los animales sintientes, cataclismos climáticos, identidades de género a elegir...

Visto el resultado de la primera vuelta de las presidenciales francesas, podríamos pensar que a la mitad de los gabachos se les ha ido la olla, pero la cuestión es mucho más sencilla. Simplemente, han acudido a las urnas con el voto bien apretado entre los dientes, a modo de cuchillo cebollero, dispuestos a cobrarse la cabeza de unos tipos, los ricos de París, encarnación de todos los males. Son gentes como las del viejo pueblo de Melay, en el Alto Marne, que ven cómo sus antiguas casonas pasan a manos de jubilados holandeses y belgas, que, dinero en mano, buscan entre los bosques de la Champaña la vida que perdieron en sus muy europeos países. Campesinos y ganaderos empobrecidos, siempre a trasmano de los centros comerciales o del ambulatorio, para quienes el coche les es vital. Gentes que afrontan inviernos eternos de a 10 grados bajo cero, y que tienen que volver a recurrir a la leña para calentarse. Gentes a quienes las normativas comunitarias no hacen más que cuestionar sus costumbres, desde la alimentación hasta la caza, y que ya no pueden competir con la producción de las grandes industrias agroalimentarias. Allí, ganó Le Pen, claro, pero le siguió de cerca el extremista de Zemmour, incluso, por encima de Macron. Son gentes que se desquitan contra unos tipos que les fríen a impuestos mientras les abruman con cuestiones como los animales sintientes, cataclismos climáticos, identidades de género a elegir, plásticos nocivos, reciclaje por cuenta propia, lenguaje impropio, ganadería extensiva, gaseosas con exceso de azúcar, pescados con mercurio, malvados heteropatriarcados y pensamientos políticos impuros, cancelables. Unos tipos a los que les pones el diésel a tres euros el litro y se les da una higa porque ya tienen eléctricos de treinta mil euros, policía en la puerta, sociedad médica privada y colegios ajenos a la multiculturalidad. Es esa Europa que pervive bajo el mismo denominador de los bajos salarios de los trabajadores del común. Sí, guardando toda proporción, los sueldos pequeños de pescadores, agricultores, camareros, policías, guardias, médicos, enfermeras, profesores, gasolineros, repartidores, limpiadores... trabajadores con los que se ha roto el contrato social, no escrito, de no amargarles la vida innecesariamente, de no joderles los pequeños lujos, el coche, el chiringuito en la playa, la fresca a la puerta de casa, la cerveza con torreznos, la ducha con agua caliente, el mus con copa y puro...Y ahí está Le Pen y sus fórmulas milagrosas, de crecepelos. Se lo dijo Gabriel Rufián a los socialistas y comunistas guais. Que no estamos a lo que estamos y que, si seguimos así, las izquierdas desaparecerán por el desagüe de la historia. Laus Deo.