Antonio Martín Beaumont
Órdago a Sánchez
Pedro Sánchez está atravesando una de las coyunturas más complejas de la legislatura, con su peana sobre el alambre. Los equilibrismos son delicados, el tablero inestable, y cualquier movimiento inoportuno puede provocar un enorme boquete. En los próximos meses veremos dónde acaba esta endeble situación. En La Moncloa y en el PSOE agrandan la prudencia ante las acciones de sus socios de investidura, especialmente ERC. El equipo presidencial mide las consecuencias del supuesto espionaje masivo, a través del sistema Pegasus, a líderes secesionistas de cuyos partidos depende la estabilidad del Gobierno.
Si Sánchez fue tan inocente como para creer que con los indultos a los golpistas del 1-O había comprado su mandato, se ha topado con la realidad. Estaba claro que quien se apoyase en socios tan radicales lo pagaría más pronto que tarde. Y los separatistas se están alimentando ahora de un presidente a quien dibujan encabezando un gabinete represor y aplicado en el uso de operativos informáticos de intromisión ilegal e indiscriminada. Al jefe del Ejecutivo se le ha vuelto como un bumerán el haber jugado a asentar su poder en aliados de pregonada hostilidad al Estado. Veremos hasta dónde, porque a ninguno le interesaría la convocatoria de unas elecciones anticipadas que pudiese ganar Alberto Núñez Feijóo.
La suerte de Pedro Sánchez está ligada a los 13 diputados de ERC. Pere Aragonés está decidido a exprimir su condición de aliado «preferente», y tiene detrás al totum revolutum de fuerzas que componen la mayoría de la investidura Frankenstein. Todos ellos han decidido jugar a un victimismo cuya onda expansiva puede dejar un paisaje plagado de secuelas. Al registro por 11 partidos políticos de una comisión de investigación en el Congreso se ha sumado la escenificación de Aragonés. Ante la Puerta de los Leones, apremiaba a Sánchez a tomar decisiones.
«El vía crucis para el Gobierno va a ser largo», asegura en privado el insaciable entorno de Aragonés. Su interés consiste en fijar los focos en La Moncloa y mantener a Sánchez en un terreno de juego embarrado. La próxima semana comparecerá ante la Cámara Baja la ministra de Defensa, Margarita Robles, sin margen alguno para salirse del guión y desvelar información clasificada. Y en este escenario de absoluto guirigay, el núcleo duro socialista descuenta el pago de un precio extra por sus apoyos. Entre las concesiones figurarían el cara a cara con Sánchez exigido por Aragonés o una nueva cita de la mesa del diálogo. Todo un trágala costosísimo para el PSOE del independentismo.
Una vez más, el Gobierno evidencia su condición de rehén. En privado, admiten que el tono del separatismo presagia más quebraderos de cabeza. «Somos realistas: a estas alturas, con las municipales, autonómicas y generales en el horizonte, es difícil que las cosas salgan rodadas», explican. En la Moncloa asumen la necesidad de ensanchar sus tragaderas. O eso o Pedro Sánchez puede salir de la Cámara Baja «con cara de perdedor» en más ocasiones de las previstas. Tal es la debilidad de un Gobierno que difícilmente se mantiene en pie. Por si faltaba algún ingrediente, al calor del espionaje queda retratada la enésima refriega entre el socialismo y Unidas Podemos. Y, en medio, Yolanda Díaz.
A diferencia de los morados, en este culebrón Díaz se ha alineado con el Partido Socialista. Lo ha hecho cuando los tiras y aflojas entre los coaligados se suceden con ruidosa aceleración. El rumbo, poco claro, de la vicepresidenta y ministra de Trabajo desespera a los dirigentes podemitas. Cada día que pasa, a Ione Belarra e Irene Montero les cuesta más trabajo guardar las formas con aquella a quien Pablo Iglesias les impuso como cartel electoral. La inquietud se extiende ya a Ferraz, donde ven estancado el «frente amplio» de Díaz, tan imprescindible para los intereses electorales de Sánchez.
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