Rebeca Argudo
Sacrificios humanos para calmar socios
Si en la América precolombina era con sacrificios humanos como se pretendía apaciguar a los dioses, en la España de Sánchez se trata de aplacar la furia de los independentistas de similar manera. Que se lo pregunten a la hasta ahora directora del CNI, Paz Esteban, destituida por el affaire Pegasus pese a que en su comparecencia en el Congreso quedase acreditada la autorización judicial bajo la que se llevaron a cabo las escuchas. Es decir, pese a hacer su trabajo amparada por la legalidad. O sea, por hacer lo que se esperaba de ella.
No es cosa nueva el ofrecimiento ritual de seres humanos, estarán de acuerdo conmigo tanto mayas como olmecas, aztecas e incas, allá donde estén. Lo que es una vulgaridad, ofende tanto a la cosmología como al decoro, es que se lleven a cabo con el fin de calmar a otros humanos ceñudos y no a deidades iracundas. Entre una plaga de langostas o una sequía de dimensiones bíblicas y una retirada de apoyo parlamentario por enfurruñamiento es que no hay color. Pero a Sánchez el misticismo se la trae al pairo. A él dale pan y dile tonto. Y si el pan –llámalo pan, llámalo permanecer en el poder– pasa por tener tranquilos a una panda de separatistas cuyo respeto por el marco constitucional tiende a cero, pues se sacrifica en el altar de la autocomplacencia y el interés propio a la directora –y de paso el prestigio– del CNI, la reputación de las instituciones y el crédito internacional. Porque Pedro Sánchez no cree en nadie más que en sí mismo. Es devoto del cristo de su propia imagen. Y si sería capaz de descuartizar a su madre con sus propias manos y eviscerarla con los dientes por diez minutitos más en el sillón presidencial, qué no haría con una profesional con 39 añitos de nada en los servicios de inteligencia para alargar la agonía de un mandato en caída libre.
Se esfuerzan desde el Gobierno por vender la claudicación como un «esfuerzo de modernización» (es que te tienes que reír) y llaman «sustitución» a la destitución forzosa de quien se negó a dimitir. La afición por el eufemismo alcanza cotas involuntariamente cómicas por momentos. Uno ya no sabe si nos toman por tontos o es que ya todo les da igual. La desvergüenza, eso sí, es casi naif. Hasta el más tonto de entre los tontos sabe que alimentar a un monstruo nunca sirve para nada más que para, en el mejor de los casos y con mucha suerte, ser devorado el último. Nunca para salvarse. Así que ya puede ir preparándose el lumbreras que haya ideado el plan para seguir lanzando cabras periódicamente al volcán. No creo yo, lo digo en calidad de vidente, que estos dioses –falsarios, paganos, mezquinos y disfuncionales– se den satisfechos tan fácilmente ahora que saben, sabemos todos, que tienen a Sánchez cogido por las gónadas. Yo si fuese ellos, Robocop me libre, me vendría arribísima. Si se me ha ofrecido en bandeja de plata y con fanfarrias la cabeza de la directora del mismísimo centro nacional de inteligencia para que no me dé un tic en el ojo por sentirme levemente molesto, es ahora cuando seguiría exigiendo. Ora una delimitación con tiralíneas de las lindes dels Països Catalans (del Roselló al Baix Segura), ora una declaración de independencia, ora la cabeza disecada de Islero con el traje ensangrentado que lucía aquella tarde Manolete colgando de un cuerno. Fuera bromas, tras este coup de force veremos en qué queda la orden del TSJC para que se implante definitivamente el 25% obligatorio de castellano en las aulas. El volcán ruge y pide más.
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