Opinión

Sonrisa bobalicona

Se ríe. A Pedro Sánchez le da risa cuando le acusan de ceder al chantaje de los independentistas. Muestra la misma sonrisa bobalicona que uno dibuja en su rostro cuando alguien le habla en otro idioma que no entiende, la misma que se usa por hartazgo, la misma que se utiliza cuando no se tiene nada que decir, la misma que se emplea para buscar un culpable.

No está la situación política para echar muchas risas con la crisis institucional, de credibilidad y de confianza que el presidente del Gobierno ha creado él solito. Ayer fue interpelado por Cuca Gamarra y Edmundo Bal sobre la crisis institucional que ha dejado en jaque a nuestros servicios de inteligencia, la seguridad de nuestro país y que se ha llevado por delante a la directora del CNI, aunque no haya sido destituida sino sustituida, asumiendo responsabilidades que no le corresponden. Y mientras ambos interpelantes daban cuenta de los hechos, a Sánchez se le dibujaba una sonrisa bobalicona de indulgencia, estupidez y superioridad que, si me pinchan en ese momento, no sangro.

Sonreía bobaliconamente, una risa Profiden falsa que desaparecía para echar la culpa a un fallo grave en la seguridad de las comunicaciones del Gobierno y por supuesto a un Partido Popular que no pasaba por allí. Lo gracioso es que, en su papel de oposición a la oposición, no le echaba la culpa al PP por lo que no ha hecho, sino por lo que hubiera podido hacer si hubieran estado en el Gobierno. Parecía alguien, lástima que se trate del presidente, con síndrome adámico, el de echar la culpa a los demás.

En «El nombre de la rosa», de Humberto Eco, Jorge, el bibliotecario le dice a Guillermo de Baskerville: «La risa es la debilidad, la corrupción, la insipidez de nuestra carne… la risa distrae del miedo».