Historia

España y el problema histórico de su real peso internacional

Nos encontramos en una nueva situación mundial de cambio. ¿Seremos capaces de actuar como lo lograron nuestros antepasados, a partir de 1492?

La Directora de la Real Academia de la Historia, Carmen Iglesias, acaba de recibir otro premio importante, adicional de los anteriores. Con ese motivo, en unas recientes manifestaciones, ha reiterado un punto de vista suyo, valiosísimo, sobre el considerable peso histórico mundial que tuvo España entre los siglos XVI y XVIII. Volvamos al planteamiento de este punto de vista, para orientar, adecuadamente, el camino que ahora España debería seguir. Concretamente, es en el terreno de la economía donde está la raíz de aquel éxito, y, desde el siglo XVIII, su progresivo abandono.

Conviene explicar que, desde comienzos del siglo XVI, en España se desarrolló un progreso económico enlazado con el planteamiento jurídico y teológico en el momento clave de la Reforma, sosteniendo toda una serie de posturas generadoras del surgimiento de una economía capitalista. Esa novedad fue posible, porque existían empresas nuevas en auge, con planteamientos básicos desconocidos hasta entonces. Además, en los mercados financieros surgidos entonces, aparecieron instrumentos nuevos. Simón Ruiz, en Medina del Campo, montó, para obtener mayores ingresos, nada menos que cuatro diferentes sistemas de partida doble, especialmente derivados de este sistema de contabilidad. Tengamos en cuenta las aportaciones de Ramón Carande, una de las cuales se tituló «El camino del oro».

Además, comienza la llegada de productos nuevos, de forma masiva. No se trata únicamente de las especias; se observa la arribada masiva de la plata. La que llega a España es absorbida ávidamente por el resto de Europa, en cantidades tales que alteró los mecanismos financieros del continente, como ha demostrado Oreste Copescu. Da sus primeros pasos la aparición de nuevas tecnologías, en una previa revolución industrial. España también participó en toda esa nueva actividad con la lana. El papel de esta materia prima, en el conjunto del tráfico internacional, era muy notable.

Un dato de la importancia de esa nueva realidad lo tenemos en un texto de las Cortes de Castilla de 1522, donde se habla de cómo, en Segovia, en Cuenca, en Toledo, los lugares están llenos de gente ocupada, rica y contenta, naturales de estas tierras y numerosísimos inmigrantes, que entonces pasaban a vivir en ellas.

Recordemos el impacto de la dispersión de los sefarditas, muchos de ellos muy duchos en los negocios. Los economistas siempre señalaremos, por ejemplo, el papel del padre de David Ricardo. Todos ellos, con enlaces españoles muy amplios y también con los conversos que permanecieron en España y en la América recién conquistada, siendo capaces de completar un fuerte impulso en todos los mercados. España se globalizó.

Impulsó esta nueva situación la respuesta del gran teólogo Francisco de Vitoria a esta pregunta: ¿Si se admite el cobro del interés, se comete un pecado? Por lo tanto, se iba a prescindir de un complemento para el enriquecimiento, o sea para el desarrollo económico, que en estos momentos nos entraba por puertas y ventanas. A este colosal problema de ética de las finanzas acabó dando una respuesta Francisco de Vitoria, primero en la Sorbona, y después a través de sus discípulos Domingo de Soto, Pedro de Valencia y Martín de Azpilicueta, quienes formaban ese grupo que nos ha mostrado Schumpeter –y antes Larraz, Marjorie Grice-Hutchison, y, en su proyección americana, Oreste Popescu–, denominado Escuela de Salamanca. Fueron notables moralistas que impulsaron muchísimo el conocimiento de la vida económica. Lo señaló muy bien Pierre Vidal al hablar de los Tratados de estos moralistas y los manuales de confesor, que se acababan entregando a los párrocos, y a los conventos de frailes, indicando que desde el siglo XVI, existían auténticos estudios profundísimos de Teoría Económica. Esta respuesta de la Escuela de Salamanca tuvo lugar, de modo simultáneo a la participación de sus mencionados teólogos en el Concilio de Trento. Debe añadirse que, aunque no de modo explícito, este preludio de planteamientos adecuados sobre los mercados financieros, enlaza con lo que recientemente se encuentra en la Encíclica de San Juan Pablo II en relación con el capitalismo. Y como he señalado, todo ello tenía tres puntos de apoyo controlados –en tiempos de Felipe II– por el Rey de España: Sevilla enlazaba con Cádiz, Lisboa y Amberes. Ahora nos encontramos en una nueva situación mundial de cambio. ¿Seremos capaces de actuar como lo lograron nuestros antepasados, a partir de 1492? O nos quedaremos exclusivamente con el lema mostrado en un espléndido endecasílabo y un soneto escrito por Alcalá Zamora, exiliado en los márgenes del Río de la Plata: «Imperio que pasó, gloria que dura». Ese es nuestro reto ahora, desde el ámbito de una España inserta en el conjunto de Europa.

Juan Velarde Fuertes es economista y catedrático.