Opinión
Tras la gran victoria en París
El extraordinario triunfo del Real Madrid consiguiendo la 14ª Copa de Europa de fútbol –como así la conocíamos en mi generación– motiva algunas reflexiones colaterales. Una, es que sumar más trofeos que la suma de las obtenidas por los dos clubes siguientes en el ranking de campeones (Milán y Liverpool) muestra que el Real Madrid no es solo un gran e importante club de fútbol –que no es poco–, sino algo más, ya que no olvidemos que se trata del «deporte rey» en gran parte del mundo, y su cuna es Europa.
Otra reflexión es que desmiente –si quedaba alguna duda– la especie de que era «el club del régimen» con el que querían desmerecer sus impotentes adversarios sus continuos éxitos durante el franquismo. Lo cierto es que no era fácil hacer compatible esa afirmación de ser el imbatible pentacampeón europeo del momento con la escasa simpatía de los dirigentes europeos con el «Régimen», pero así eran las cosas.
El Real Madrid tiene seguidores en todo el mundo, y triunfos de este nivel también ayudan a ganar reputación internacional y autoestima nacional, de las que por cierto no andamos sobrados últimamente. Las cosas eran así y no es necesario ser madridista para reconocerlo, y por ello la presencia del Rey en París fue un acierto, como lo confirman también las manifestaciones extraordinarias de júbilo en las calles.
Junto a estas reflexiones colaterales, hay otra de preocupación por los hechos previos al partido –y que obligaron a retrasar más de media hora su comienzo–, y los sucedidos al finalizar. Que en París, y en el Stade de France, no se pudiera garantizar celebrar con razonable normalidad un evento deportivo con una audiencia potencial de casi 190 millones de espectadores en los cinco continentes, con decenas de cadenas de Tv conectadas para su retransmisión en directo, requiere de una reflexión autocrítica. Sobre todo, si se tiene en cuenta que la sede prevista era San Petersburgo, y que por razones políticas conocidas se cambió por París.
Escuchar ahora que esos incidentes fueron debidos a Putin, que movilizó con dinero a esa multitud de inmigrantes residentes en los «banlieu» (suburbios) parisinos, si fuera cierto deja a los servicios franceses por los suelos por imprevisión y si –como pienso– es una acusación sin fundamento, es quizás peor. La fluidez de la comunicación entre Macron y Putin no parece apuntar en esa dirección sin perjuicio de que el Kremlin tiene suficientes problemas en casa y en Ucrania, para salir a buscarse más afuera. Y en especial en París. ¡Lo que se pierde Mbappé!
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