Reino Unido
Salvar al Perro Grande
Los aliados de Bo-Jo son los diputados de las zonas obreras del Muro Rojo
El informe de la alta funcionaria Sue Gray sobre el «Partygate» ha extendido el malestar de la familia tory hacia su primer ministro, Boris Johnson. Ahora mismo conviven dos corrientes dentro del Partido Conservador británico. La crítica que reclama la salida del «premier» por haber permitido e, incluso, alentado una cultura hedonista en Downing Street que concedía bulas a los miembros de su Gobierno en detrimento de los ciudadanos sometidos a las estrictas reglas del confinamiento. Y, por otro, los leales que siguen teniendo fe en el tirón electoral del excéntrico Bo-Jo. Estos fieles ven imprudente instigar un cambio de poder en medio de la guerra de Ucrania y de una crisis nacional provocada por el encarecimiento del coste de la vida. Los primeros llevan tiempo preparando la Operación Rinka, en referencia al escándalo político y sexual que acabó en los años 70 con la carrera del líder del Partido Liberal, Jeremy Thorpe. Los segundos han lanzado la operación Salvar al Perro Grande, (¿una referencia al voluminoso físico del primer ministro?) y aseguran que no se van a dejar aplastar por la maquinaria intimidatoria de los tories rebeldes.
La madurez de la democracia británica permite a los partidos deshacerse de sus líderes si consideran que ya no sirven a los intereses propios y extraños. Los tories necesitan reunir 54 cartas para forzar la moción de censura. A día de hoy se sabe que por lo menos 29 diputados conservadores han escrito al Comité 1922 y, aunque todavía hay margen, los fieles son conscientes de que no todos los que escriben a Sir Graham Bradly, presidente del organismo que agrupa a los tories fuera el Gobierno, lo hacen público. Pasó en 2018 con Theresa May. En ese momento el quórum necesario para activar el proceso de destitución –que se fija con el 15% de la representación parlamentaria– estaba en 48 diputados. Cuando Sir Bradly anunció que tenía los números para convocar la moción, únicamente 27 legisladores tories se habían pronunciado públicamente.
Los conservadores más incómodos con la conducta disoluta de su jefe son los que disputan sus circunscripciones con los liberaldemócratas que vuelven a gozar del cariño de las encuestas tras años hundidos. Entre los leales a Boris Johnson están, sin embargo, los diputados del Muro Rojo que atribuyen al primer ministro la hazaña política de haber arrebatado al Partido Laborista sus feudos tradicionales del norte de Inglaterra.
Estos días los tories rebeldes se muestran optimistas de poder forzar una votación hacia finales de la próxima semana, una vez hayan acabado las celebraciones del Jubileo de Platino y se vuelva a la actividad parlamentaria reglamentaria. Pero, si finalmente no logran reunir las cartas necesarias y Bo-Jo vuelve a ganar una bola de «match point», el peligro no termina allí. Una derrota conservadora en las elecciones parciales de Wakefield, Tiverton y Honiton previstas para el próximo 23 de junio supondría un golpe letal para el primer ministro. Existe, por tanto, un movimiento de fondo dentro de los conservadores en el que las estrellitas del partido se promocionan a sí mismos. Cuidado con precipitarse. El «enfant terrible» de la política británica, educado en las elitistas Eton y Oxford, podría ser salvado por los obreros británicos. Paradojas.
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