Historia

La ofensiva contra la «Historia de España»

Para ellos, una vez alcanzado el paraíso, éste queda predeterminado y el individuo no necesita tener conocimiento de nada más

En estos momentos, en multitud de instituciones culturales –no digamos en la fundamental de ellas, la Real Academia de la Historia–, y en centros de enseñanza, asombra un conjunto de decisiones legales para, prácticamente, liquidar el conocimiento de la Historia de España, especialmente, a través de la enseñanza pública.

Podría considerarse que se trata de una reacción contra la enseñanza posterior a 1939, cuando se intentó difundir la historia de la etapa imperial de España, de 1492 a 1808. El cambio actual respecto a unas u otras épocas tiene, aparentemente, sólo un talante: buscar el olvido de lo pasado y, consecuencia de ello, que un grupo social concreto, que es el de los españoles de menor renta –que envían a sus hijos a centros oficiales gratuitos–, no pueda conocer su pasado y prosperar fácilmente, pues ello obligaría a acentuar el estudio de la historia española en todas las épocas.

El resultado básico de este planteamiento significaría un freno a oportunidades precisas para, con datos adecuados, alcanzar puestos sociales con remuneraciones más altas, ya que, ignorando la Historia, también se frenan –lo señaló Ramón y Cajal– todas las ciencias y posibilidades intelectuales. Mas, ese planteamiento no es el adecuado, ya que mostraría que los políticos que han puesto en marcha dicho plan son unos absolutos ignorantes.

La dirección adecuada para explicar esas decisiones legales actuales no va por ahí, sino que se relaciona con algo que encontramos en un ensayo de Ludwig von Mises, Teoría e Historia. Una interpretación en la evolución social y económica, traducción de Roberto Juárez-Pas (Unión Editorial, 2003), donde creo que se explica adecuadamente –a partir del prólogo de Gabriel J. Zamotti–, cómo esta reciente decisión jurídica española es otra.

En el libro de Mises, editado en la Yale University Press, en 1957, se señala, de modo clarísimo, de qué forma fue creciendo el mundo del capitalismo en cuestiones tales como el mercado laboral, la división del trabajo, la tendencia de equilibrio en el mercado de capitales –dentro de las líneas que se señalan en el conjunto de planteamientos de la Escuela Austríaca–, que favorecen a todo el conjunto humano, aunque sea de variado modo. Esto lo explica muy bien dicha Escuela.

El mensaje de Mises sobre la libertad económica de una sociedad con proyectos vitales abiertos, donde las fronteras no eliminan los derechos individuales, o sea, una sociedad sin bloques, sin trabas migratorias, e incluso sin organismos financieros internacionales, consideran algunos que es donde existiría una progresiva eliminación global de la pobreza, del subdesarrollo, del desempleo, de la desaparición del espectáculo degradador de millones de emigrantes que huyen de la tiranía e inanición, ¿no se trata sencillamente de la búsqueda de un modelo utópico?

Por eso, precisamente cuando termina su libro, Mises califica ese planteamiento de falaz. Sus palabras son éstas: «La falacia inherente al intento de predecir el curso de la historia es que los profetas dan por sentado que no habrá ideas que se posesionen en la mente de los hombres, que no sean las que ellos ya conocen. Hegel, Comte y Marx, para mencionar solo a los más populares adivinos, nunca pusieron en duda su propia omnisciencia. Cada uno de ellos estaba plenamente convencido de que él era el hombre a quien los misteriosos poderes que dirigen los asuntos humanos habían elegido para consumar la evolución del cambio histórico. En adelante, nada importante podía suceder. Ya no había necesidad de que la gente pensara. Solo una tarea quedaba para las generaciones venideras: arreglar las cosas de acuerdo con los preceptos elaborados por el heraldo de la providencia». Y estos heraldos, no muy diferentes de Mahoma, eran precisamente, ya Comte ya Marx. Para ellos, una vez alcanzado el paraíso, éste queda predeterminado y el individuo no necesita tener conocimiento de nada más ¿Qué sentido tiene, como ha pretendido toda la línea socialista, considerar únicamente que está ya todo hecho, si se ha alcanzado lo defendido por estos profetas? ¿Para qué tener en cuenta, pongamos, por ejemplo, obras como la de Tom Kemp, Modelos históricos de industrialización? Un marxista cierra sus páginas, porque la historia, por ejemplo, concretamente la de España, muestra de qué manera, al aceptar las enseñanzas que proporciona en relación con la teoría económica, hace surgir lo adecuado. Y también, que una vez logrado esto, la puesta en marcha del mensaje de Marx –para quien el conocimiento de la historia carece de sentido–, olvida que de ella se muestran, forzosamente, los senderos acertados y los equivocados.

Mises nos aclara, pues, dónde se encuentra la raíz de ese actual planteamiento educativo.