Pedro Sánchez

Conductores suicidas

La soledad de Pedro Sánchez ante este ejercicio extremo de sanchismo militante, es reveladora de la injustificada frivolidad de una política de Estado tan esencial como son nuestras relaciones exteriores

Eli se lleva bien con sus vecinos. Lo tiene más difícil que el resto porque se dedica a adiestrar perros y de vez en cuando se lleva algo de trabajo a casa. No es muy frecuente, pero si hay alguno que requiere un tratamiento especial o ensayar algo parecido a una convivencia en piso, lo acoge unos días como parte de su entrenamiento. Hay vecinos a los que no les gustan los perros, y tuercen el gesto cada vez que Eli se trae uno. Pero no suele pasar de ahí la expresión de disgusto. Goza Eli de cierta popularidad por su carácter extrovertido y su disposición a colaborar, y eso la convierte en una persona muy popular. Así y todo ha tenido problemas cuando ha intentado mediar en disputas entre algunos de ellos. No hace mucho, un paseo con Amalia, una viuda que vive debajo de ella, le costó un reproche de la familia de Agustín, un jubilado con el que la señora había tenido más de una discusión por una nimiedad como las que suelen provocar incendios en las reuniones de Comunidad. Para compensarlo, se llevó un día a Agustín a merendar al VIPS que hay dos calles más arriba. El gesto le supuso que Amalia dejara de hablarle unos días.

Eli recuerda esos desencuentros banales ante el estallido de la crisis con Argelia. Se sorprende a sí misma al trazar ese paralelismo, pero le resulta inevitable. A su pequeño nivel de trato con vecinos, no calculó que la familia de Agustín podría molestarse, pero sí tuvo presente la posibilidad de que la deferencia con el jubilado pudiera irritar a los otros vecinos. Lo asumió como un riesgo e hizo lo que creía ella en conciencia que sería lo mejor. Quizá sea una simplificación excesiva, pero no entiende Eli que nadie en el Gobierno haya tenido presente la posibilidad de que se desatara la crisis que estamos pasando con nuestros vecinos del sur. Ya fue un error tratar de meter de extranjis en España a un buen amigo de Argelia, como el líder del Polisario, sin haber avisado a Marruecos. Hasta el que asó la manteca se le habría ocurrido pensar que Marruecos, cuyos servicios de inteligencia están metidos en España hasta los azulejos de la cocina, no sólo se enteraría, sino que tomaría represalias. Y nos mandó la pacífica marcha fronteriza de hace un año a Ceuta. Aquello fue el principio del fin de la entonces ministra de Exteriores González Laya. Escucha Eli en la radio a algún tertuliano decir que algún alto cargo del Ministerio de Exteriores contaba en privado que después de lo de Ceuta el Gobierno había revisado en profundidad sus relaciones con los marroquíes y había decidido entonces el «giro estratégico» de aceptar su propuesta de autonomía para el Sahara. A Eli le parece que más que estratégico es estratosférico y que en todo caso más que un giro se asemejaría a una entrada en otra dimensión tipo Stranger Things. ¿Es que nadie pensó en el Gobierno que abandonar la política española en el Magreb, mantenida como indiscutible por todos los gobiernos españoles desde los ochenta del siglo pasado iba a tener consecuencias graves en las relaciones con Argelia? ¿No fue suficiente lección lo ocurrido con Marruecos como para lanzar el péndulo al otro lado y creer que no habría reacción de su tradicional enemigo?

La supuesta razón de estrategia diplomática, de recuperar las relaciones con Marruecos no le parece a Eli sostenible. Piensa que se podría haber hecho de una forma más pausada y sutil, no lanzándose a sus brazos, porque no otra cosa es asumir sus tesis sobre la autonomía del Sahara. No se le ocurrió a ella adoptar al jubilado para compensarle del disgusto por lo de la viuda. Y aun así, algo se preparó para la reacción del contrario.

Aquí no. Aquí parece que ni se aprendió del primer error ni se estaba en condiciones de asumir las consecuencias del segundo. ¿En serio esto es una diplomacia rigurosa? ¿De verdad la política exterior se puede gestionar haciendo eses, a bandazos como un conductor borracho y suicida? La soledad de Pedro Sánchez ante este ejercicio extremo de sanchismo militante, es reveladora de la injustificada frivolidad de una política de Estado tan esencial como son nuestras relaciones exteriores. Esta insólita política del péndulo, ese irse de un lado a otro sin caminos intermedios, tan habitual en la gestión de las cosas de casa, de la política interna, que hasta hemos llegado a acostumbrarnos, resulta en lo internacional irresponsable y dañina no sólo para el Gobierno que la practica sino, sobre todo, para el país que la administra. Y cuando Eli piensa en «país» está pensando en su gente.

No se entiende, no lo entiende. Dicen otros tertulianos que el cambio de política en el Sahara se debió a la presión de potencias como Estados Unidos o Alemania, que aceptan el plan de autonomía. Dicen en el Partido Popular que tiene que ver con las escuchas de Pegasus y algo delicado que habrían descubierto los marroquíes en ella. A Eli le encaja más lo primero que lo segundo. Pero cualquiera sabe.

Acaricia a Lúa, la perra que se ha traído a entrenar a casa. El animal responde con una mirada agradecida. Le confía en silencio, que cuánto de lealtad y principios podrían enseñarnos.