Opinión
La Casa de Borbón en España y el SCJ (IV)
En España, durante la mayor parte del siglo XVIII y una vez acabada la Guerra de Sucesión, el reinado de los Borbones no tuvo especiales problemas desde Felipe V hasta la Revolución francesa y la toma del poder por Napoleón, que colocó la Corona de España sobre su hermano José Bonaparte en un acto de nepotismo difícilmente superable. Hubo crisis y problemas políticos y sucesorios de todo tipo y gravedad de los que aquí hacemos abstracción, porque el sentido de la narración es comprobar la permanencia en el trono de España de la dinastía Borbón, pese a todos los pesares.
Restaurado en el trono Fernando VII, hijo de Carlos IV, tras la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo –curioso lugar elegido como sede por el prófugo Puigdemont–, el Congreso de Viena de 1815 quiso volver a la situación anterior; es decir, restaurar el «Ancien Régime», lo cual fue un intento tan difícil como frustrado.
A la muerte de Fernando VII estalló la primera Guerra Carlista entre los isabelinos o liberales partidarios de su hija Isabel II y su hermano, el pretendiente Carlos. Las Guerras Carlistas fueron auténticas guerras civiles de sucesión que duraron más de cuarenta años, no concluyendo hasta la Restauración canovista de 1876. Por el camino hubo además de varias constituciones y pronunciamientos, una revolución autodenominada «La Gloriosa» en 1868, que envió al exilio a la reina Isabel II, con una Constitución que establecía una monarquía electiva vetando a los Borbones a acceder al trono.
La elegida por el General Prim en 1870 fue la Casa de Saboya, que acababa de desposeer definitivamente al Papa de sus milenarios Estados Pontificios. A su llegada a Madrid el 30 de diciembre de 1870, Amadeo de Saboya tuvo que ir a la Basílica de Atocha a velar el cadáver de su mentor, Prim, asesinado dos días antes.
No es de extrañar que solo dos años después se despidiera de los españoles incapaz de gobernar su reino. La carta de su abdicación no tiene desperdicio. Escrita el 11 de febrero de 1873, ese mismo día se proclamaba la Primera República, federal y cantonalista, que tampoco llegó siquiera a durar dos años. Fracasadas todas las alternativas posibles en escasamente seis años –exilio de la reina, nueva Constitución con monarquía electiva y no borbónica, y primera República–, Cánovas tomo la iniciativa de restaurar la monarquía en la dinastía histórica española, pactando con Sagasta que un hijo de Isabel II, Alfonso XII, fuera proclamado rey. En efecto, pareciera que «el dedo de Dios» estaba ahí.
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