Boris Johnson

Una dimisión que llega tarde

Boris Johnson ha sido un magnífico candidato, pero un pésimo gobernante

El pequeño Boris Johnson decía que de mayor quería ser «el rey del mundo» y de alguna forma lo consiguió. Logró llegar a la cima del poder a lomos del Brexit, cosechó una victoria abrumadora en las elecciones de 2019, conquistó los feudos laboristas del Muro Rojo y se coronó como el rey del conservadurismo británico. Tres años después, Boris Johnson se ha convertido en un rey sin cortesanos. La revuelta interna en el seno del Gabinete tras la salida de dos pesos pesados, que para no ser ingenuos aspiran a sucederle –Rishi Sunak y Sajid Javid–, provocó una implosión dentro del Gobierno imposible de desactivar.

De todos los titulares de la prensa británica probablemente el que más le dolió ayer fue el de su antigua cabecera «The Daily Telegraph» –en la que llegó a escribir un artículo semanal por 300.000 libras mensuales–: «Un primer ministro herido de muerte desafía la revuelta de su Gabinete». El miércoles por la noche, Johnson era un zombi que se resistía a reconocer su condición de espectro político. El motín de una facción del Gobierno entre los que se incluía el ministro del Tesoro, Nadhim Zahawi, recién nombrado por él, no fue suficiente para hacerle reaccionar. El empecinamiento no es una rareza de Boris Johnson. Es curioso ver cómo el poder ejercer una atracción en los políticos de la que es difícil desprenderse. A esta fascinación le dio forma Tolkien con la simbología del Anillo: «Un Anillo para gobernarlos a todos, un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas». La ofuscación del poder impidió a «Bo-Jo» darse cuenta de que un liderazgo débil como el suyo, vapuleado por la saga del «Partygate», engendra un Gobierno débil. Hace tiempo que el primer ministro debería haber dimitido. La moción de censura respaldada por más de un 40% de sus filas le dejó seriamente tocado. Pero no quiso ver la realidad. Hasta ayer tenía la ilusión de resistir. Los votantes británicos fueron los primeros en darse cuenta de que el Gobierno británico se había quedado sin una misión genuina más allá de la de proteger al primer ministro. Y así lo manifestaron en las urnas el pasado 23 de junio. Luego fueron los diputados a raíz del caso de Chris Pincher, un depredador sexual colocado a dedo como el responsable nada menos de la disciplina de los conservadores, los que decidieron actuar. «Bo-Jo» ha sido un magnífico candidato electoral, pero se ha demostrado incapaz de gobernar por su falta de integridad y de visión. La peripecia política del ex líder tory demuestra que la decadencia de la moral a menudo va acompañada de la incompetencia y la ineptitud.

Los conservadores deben ahora elegir a un nuevo líder que sepa trazar un plan económico para superar las enormes dificultades derivadas de la guerra de Ucrania (inflación disparada que podría alcanzar el 11% y escasez de materias primas) y del Brexit (falta de mano de obra). Puede que su sucesor no sea tan divertido políticamente como Boris –hay que reconocer que nos ha dejado imágenes memorables–, pero estoy convencida de que se empleará a fondo para restablecer las reglas y valores olvidados que tanto daño ha hecho al Partido Conservador. Como ha escrito Max Hastings en «The Times» la renuncia del primer ministro puede ser una oportunidad para que Reino Unido vuelva a ser un país serio.