Opinión

Clarividentes climáticos

La ecosostenibilidad es uno de los mantras que la nueva política ha impuesto en el lenguaje y que sirve para casi todo. Lo «ecosostenible» es un concepto que no puede faltar en todo discurso que pretenda ser políticamente correcto, y no verse sometido a las consecuencias de su indisciplina respecto a la dictadura del relativismo y la corrección política.

Estos días, ante la ola de calor extremo que estamos padeciendo con la secuela del gran número de incendios forestales, ya no hay responsabilidad política alguna por parte de quienes tienen el deber de prevenirlos. Pedro Sánchez lo ha expresado con toda claridad al afirmar que «el cambio climático mata», y los negacionistas climáticos tienen que asumir su responsabilidad al oponerse a las políticas medioambientalistas. Como vemos, éstas sirven «para un roto y un descosido», o sea, para todo. Al parecer, los pirómanos ya han desaparecido oficialmente pese a que se acredita su participación directa en no pocos de los fuegos actuales, y el ecologismo extremo es acusado de entorpecer el habitual y necesario limpiado de los montes que es imprescindible para la prevención.

En cuanto al cambio climático, conviene recordar que desde que existe el mundo y en concreto nuestro planeta Tierra, el clima ha ido cambiando, no siendo en absoluto una constante en la ecuación, sino una variable. Es una realidad que los cambios climáticos han sido una de las causas fundamentales para explicar la desaparición de algunas especies, al igual que el hombre no pudo vivir en la Tierra hasta que no existió un clima benigno compatible con su existencia. Pero no es razonable escrutar el cambio climático tras cada uno de los episodios que éste produce. Hace tan solo dos años que conocimos la borrasca Filomena, y no se atribuyó su llegada como precursora de una nueva era glacial, ni tampoco como consecuencia del calentamiento global.

Con ocasión de la actual ola de calor extremo no solo en España sino en gran parte de Europa, los discursos apocalípticos abundan, pero también afloran informaciones respecto a precedentes olas similares en la Historia que no significaron el final del mundo. Así, por ejemplo, hemos conocido que en Zaragoza en 1935 se alcanzó una temperatura de 52º, lo que mereció que el «New York Times» se hiciera eco del suceso; al igual que en Madrid en agosto de 1957, calificándose como «la mayor del siglo». Ahora se titula a toda portada que «el clima ruge lo que demuestra el rápido avance del calentamiento». Sobran profetas y clarividentes climáticos y escasean los auténticos expertos. No como los del Gobierno en la pandemia.