Asturias

Colombres

Los emigrantes triunfadores, indianos; o fracasados, los de la maleta al agua, o asturianos de pote; ejemplifican la libertad definitoria del ser humano

Ese lugar del Oriente asturiano, parroquia del concejo de Rivadedeva, y su villa capital, cultiva el sentimiento común de una Patria de muchas patrias: Hispanoamérica, percibida como realidad mágica. Madre e hija, a la vez, forjada en el esfuerzo compartido. En el Archivo de Indianos y Museo de la Emigración late viva la huella esencial del ser humano, existida en innumerables ejemplos individuales, según evidencia el muestrario personalizado de los que decidieron buscar fortuna allende el Atlántico. A través de la documentación acumulada, contamos con amplia información para conocer las colosales dimensiones demográficas, económicas, sociales, culturales, políticas, etc. de ese fenómeno migratorio. Más aún para comprender los rasgos emocionales de tan admirable proceso. Aquella especie de argonautas llevaba con ellos una amalgama de ilusiones, alentadas por la capacidad de sacrificio y el coraje necesario para tratar de conseguirlas. Junto a esos valores otros más, igualmente importantes, demostrados en el nuevo mundo.

Hace pocos días escuché allí, a la vera de la Quinta de Santa Lucía, la archirrepetida frase de Ortega y Gasset «yo soy yo y mi circunstancia»; formulada, como casi siempre, de manera incompleta; no por desconocimiento, sino, seguramente, por costumbre. Una vez más se obviaba su segunda parte «y si no la salvo a ella, no me salvo yo». En el enunciado orteguiano se conjugan tres referencias: la libertad individual del sujeto, la circunstancia que le rodea y el imperativo vital de ir más allá. Una libertad limitada que no puede ser un don absoluto, sino la forma de ir siendo al hilo de las decisiones adoptadas. La circunstancia que condiciona el propio yo y, a la vez, un reflejo de su libertad en cada momento. Y como resultado, la propia vida.

Entre las múltiples exégesis de tal sentencia, desde su presumible naturaleza ilógica a su carácter perspectivista, me planteé una pequeña reflexión acerca de la peripecia de tales hombres y mujeres que «hicieron las Américas», como forma de crearse a sí mismos. Ese conjunto de seres humanos, cuantitativamente amplio y cualitativamente diverso, que tiene un denominador común, en su decisión de elegir aquella tierra y sus gentes, a modo de nueva circunstancia, para conformar su biografía. Más allá del lugar de origen, del puerto de salida, del país al que llegaron, e incluso del resultado último de su empeño. Los emigrantes triunfadores, indianos; o fracasados, los de la maleta al agua, o asturianos de pote; ejemplifican la libertad definitoria del ser humano. Fue su elección difícil, pero libre, en la medida que se podía. Al fin y al cabo, la vida del hombre, tal y como la concebimos, es una carrera hacia la libertad y, en ella, lo que cuenta es la voluntad de ser feliz.

Todos y cada uno de ellos, los que volvieron ricos y los que no; los que dejaron sus sueños y hasta sus huesos en muchos casos, allende los mares, podrían repetir con Goethe: «yo un luchador he sido, y esto quiere decir que soy un hombre», lo bastante libre para ser tolerante, no por débil, sino por fuerte. Alguien para quien no hay nada prohibido salvo la debilidad. Su aventura, tenía mucho de desafío y algo de promesa incierta, en un espacio apenas intuido que se sabe inmenso, como el universo que hoy nos ofrece el telescopio James Webb. Siempre el ser humano en el camino hacia el límite, desde el que observar otras «tierras prometidas».

Colombres, espacio clave de una forma de hacer el mundo, muestra la memoria operativa de una serie de virtudes, siempre necesarias. Valores como el ejercicio de la libertad, por arriesgado que sea; la solidaridad; el afán de trascender hacia horizontes abiertos, para encontrar en ellos las circunstancias en las cuales desarrollar nuevas oportunidades; la capacidad de realizar el esfuerzo necesario para conseguir los objetivos propuestos; la confianza en uno mismo; la tolerancia, como puerta de acceso a realidades diferentes, sin renunciar a los principios propios; la fortaleza frente a la adversidad y, en especial, el saber quiénes somos; requisito indispensable para evaluar lo que queremos ser. Colombres, desde su acervo histórico, permite asomarse con claridad a la España que habitamos, en el mundo de hoy; contemplar los cambios que se avecinan, tratados desde la razón o impuestos desde el dogmatismo. Colombres, puede y debe ser un observatorio hacia el mundo hispanoamericano, para analizar algunos de los graves problemas surgidos en los últimos años.

Su vocación es también su obligación al servicio de los españoles de ambos hemisferios. Reforzar la unidad y la conciencia de pertenecer a una comunidad, cuya circunstancia a salvar no es otra que desempeñar un papel, acorde a sus posibilidades, en el difícil concierto internacional. No será fácil, tampoco lo era la aventura indiana, pero ellos nos legaron las enseñanzas necesarias. Una lectura de la historia compartida con sus aciertos y errores debería ser el primer paso.

Emilio de Diego. Real Academia de Doctores de España.