Opinión
Gorbachov: «Soy un ateo no practicante»
Así se presentó Mijaíl Gorbachov a Juan Pablo II en el primer e histórico encuentro de un secretario general del PCUS con un Papa, celebrado el 1º de diciembre de 1989, apenas tres semanas después de la caída del Muro de Berlín. Gorbachov ya está en la Historia del siglo XX por haber sido decisivo instrumento de la Providencia –sin, al parecer, tener plena conciencia de su papel– mediante su política de Perestroika (reestructuración) y de Glásnost (transparencia) puesta en marcha tras suceder a Nikolai Chernenko en 1985. Analizar la desaparición de la URSS, que Putin ha calificado como «la mayor tragedia geopolítica mundial del siglo XX», ya ha producido casi tanta bibliografía como la dedicada hasta ahora a nuestra Guerra Civil, y al igual que sucede con ésta, tan desigual como el color del cristal ideológico con que se mira y se estudia. Para una parte no menor del pueblo ruso, Gorbachov todavía sigue siendo considerado casi como un «traidor», con la nostalgia de la superpotencia perdida a él atribuida, que provocó que en las últimas elecciones a las que se presentó en los 90, apenas obtuviera el 1% de los votos. Precisamente para resarcirse de ese estigma, quiso los últimos años de su vida volver a su patria y residir en Moscú, donde Putin le felicitó el pasado marzo con ocasión de su 91 cumpleaños.
La Historia convencional y «de tejas para abajo» se concentra en diseccionar los innumerables problemas políticos, económicos, sociales, y militares que tuvo que afrontar tras la caída del Muro de Berlín, símbolo de la Guerra Fría, desplome a favor de Occidente, que significó la derrota soviética en esa guerra de 40 años, desde 1949 –fundación de la OTAN– hasta el 9 de noviembre de 1989. Siendo ciertos todos esos problemas, queda sin explicar el porqué de la súbita conjunción de tantos diversos factores que precipitaron aquel inimaginable suceso, seguido de la posterior implosión de la URSS sin ni siquiera cruzar una bala entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, las mayores alianzas militares del planeta y enfrentadas entre sí.
Como mero ejemplo de esta afirmación, basta releer algún editorial del diario progresista de referencia global, que en vísperas de estos acontecimientos apostaba por «asumir la coexistencia pacífica con la URSS como una realidad y necesidad para el próximo siglo». Solo con razones humanas resulta muy difícil de explicar lo sucedido. Desde Bush (padre) hasta Margaret Thatcher, pasando por el mismo Gorbachov, en incluso el mismo Reagan, ningún líder contemporáneo apostaba por esa eventualidad. Introducir la variable «Fátima» en la ecuación ayuda a dar la respuesta adecuada a ese histórico enigma.
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