Economía

Sobre la ética de las finanzas

«La economía comercial moderna tiene muchos aspectos positivos, porque su base es la libertad humana, ejercitada en el campo económico, como se ejercita en tantísimos otros»

En estos momentos pasa a considerarse, en ciertos ambientes con poder político, que el actuar en el mercado y obtener altos beneficios siempre es condenable. Por ello, quizá convenga recordar el momento en que un conjunto de comerciantes españoles consideró plantear las consecuencias del mantenimiento de ese punto de vista, trasladándose a la Sorbona y acudir al gran teólogo español Francisco de Vitoria, con el argumento de: «¿Nosotros nos vamos a condenar, si actuamos de modo adecuado, para aprovecharnos de esta surgida situación económica mundial? ¿A qué tenemos que renunciar, como por ejemplo en el terreno de los tipos de interés del crédito, para mantener la actividad económica que se nos viene encima, a causa de la nueva situación económica aparecida? Dado que la salvación es lo más importante, ¿dejamos, pues, el campo libre a holandeses protestantes y a otros nuevos herejes que aparecen justificando el enriquecimiento derivado del aprovechamiento intenso de la actual situación económica, y que consideran ese enriquecimiento como señal de la gracia divina? En resumidas cuentas, ¿abandonamos nuestra actividad empresarial, o no?» Este planteamiento era entonces tan lógico como lo es en la actualidad; entonces y ahora, había ocho terrenos fundamentales que manaban riqueza:

1) En primer lugar, el fenómeno de la globalización –el de la ruptura del proteccionismo en el seno de la Unión Europea– ha creado la posibilidad de un comercio internacional, desconocido, hasta ahora, por supuesto, en España.

2) Hay instrumentos nuevos en los mercados financieros. La tecnología ha actuado, con enorme impulso, en estas cuestiones.

3) No olvidemos el desarrollo de la macroeconomía, con aspectos tan importantes como los generados desde el marco de la Contabilidad Nacional y de progresos notables econométricos.

4) La existencia del Banco Central Europeo lleva consecuencias importantes para España, derivadas de la arribada del euro. Los debates originados en torno a esto, con aportaciones que ya se alejan de viejos planteamientos, incluso los derivados de tesis keynesianas, deben tenerse en cuenta. Más de una vez, la teoría cuantitativa –que continúa teniendo evidentes consecuencias, como nos señaló Oreste Popescu–, había surgido en el ámbito español. Estamos en una nueva Revolución Industrial y en un abandono de la anterior, con aspectos como los de las actuales formas de contratación masiva, que dejan de lado definitivamente la Revolución del Neolítico.

5) En España ha triunfado, gracias a recientes políticas económicas, la actividad agroalimentaria. El papel de esto, en el conjunto de la vida económica internacional, puede ser tan notable para nosotros, como fue la minería en el siglo XIX.

6) Es evidente que el PIB por habitante de España ha crecido extraordinariamente, a partir de 1957, a pesar de la colosal crisis económica, derivada de la presente actuación gubernamental. Se trata, en suma, de tener en cuenta que en España se puso –y se debería poner de nuevo– en acción, con una política económica consolidadora de este progreso.

7) El mundo empresarial español se ha vinculado con el de las grandes empresas mundiales, siendo claros sus enlaces continuos, en el conjunto de la Unión Europea, desde luego con el Reino Unido, no digamos con los Estados Unidos; mas, desgraciadamente, la crisis económica iberoamericana corta otro de estos vínculos.

Por todo eso, el mundo empresarial español y los dirigentes de nuestra política económica deben recordar aquello que decidieron los angustiados ya mencionados mercaderes de Amberes. A su colosal problema, dio colosal respuesta Francisco de Vitoria en la Sorbona, y, también, sus discípulos Domingo de Soto, Pedro de Valencia, Martín Azpilicueta –el famoso «Doctor Navarrus»–, demostrando que nuestros empresarios no iban, entonces, contra la moral católica, a través de posturas que buscaban orientación. Eran teólogos moralistas, todos ellos, que impulsaban muchísimo lo que realmente precisaba la vida económica. En relación con la inflación y su forzosa perversidad, no olvidemos, tampoco –en estos momentos en que se registran, simultáneamente, una fuerte inflación, una considerable deuda externa y un desempleo creciente–, de las aportaciones que debemos a otro gran pensador católico, el Padre Mariana, ya que pronto se debatirá el Presupuesto de 2023.

Este preludio de lo que consolidó, en gran medida, San Juan Pablo II sobre la Doctrina Social de la Iglesia, pasa a ser importantísimo para que actúe, sin miedo, una política económica radicalmente dispar de la actual. Como señala George Weigel, en Biografía de Juan Pablo II. Testigo de esperanza. (1999), en la pág. 217, este pontífice tuvo posición acerca de que «la economía comercial moderna tiene muchos aspectos positivos, porque su base es la libertad humana, ejercitada en el campo económico, como se ejercita en tantísimos otros. El funcionamiento de una empresa rentable es uno de los casos que ilustran el énfasis del Papa en la solidaridad como virtud social básica».